martes, 11 de diciembre de 2018

DESDE EL AULA - Por: Prof. Julio Hernández Ramírez


El vigor de  un pensamiento sano.- 

Cuando en una persona impera el sentimiento del amor y tiene fe, adquiere una fortaleza que se manifiesta sobre todo en la adversidad y una humildad que le concede la gracia de disfrutar las cosas sencillas que suelen pasar desapercibidas para el común de los hombres; ambos atributos generan una actitud positiva ante la vida y hacen que la mente produzca solo pensamientos sanos, y es que la fuerza de la mente puede resultar extraordinaria.

Hace algún tiempo leí un relato que me llamó la atención, refiere a la historia de un fornido hombre de campo que al ver nacer a un becerro lo toma entre sus brazos y lo eleva a sus hombros. Al día siguiente piensa con vehemencia: si apenas ayer pude colocar a mi becerro sobre mis hombros, hoy también puedo hacerlo, lo toma con determinación y lo lleva a su espalda, así fue pensando cada día repitiendo resuelto, ‘apenas ayer’, para luego levantar sobre sus hombros aquel formidable animal. Claro que el relato reviste fantasía, pero ilustra sobre el poder de la mente y constituye ejemplo de los actos que alguien puede hacer cuando piensa convencido que es capaz de realizarlos; cualquier acto de heroísmo necesariamente debe estar precedido por un ánimo soportado en el amor y la fe, impulsando una mente sana, decidida y resuelta.


El momento de la inflexión.-

Salvo en hogares con alguna disfuncionalidad, los hijos se esperan con expectativa y emoción. Llegan y le dan un sentido diferente a la vida en familia, uno los ve con ternura en su indefensión y procura que estén sanos. Día a día los vemos crecer. Quienes profesamos la religión católica los acercamos a los sacramentos y tratamos de inculcarles buenos principios, los mandamos a la escuela y resulta que el tiempo pasa y de repente nos vemos frente a ellos que no lo reclaman sino ejercen el derecho a ser ellos, y los vemos lejos del modelo que ingenuamente bosquejamos, sin que por ello sean mejor o peor.

Las preguntas llega solas, imponentes, insolentes y con mordacidad ¿pero, si apenas ayer? ¿Cuál fue el momento de la inflexión? Entonces, con una mirada retrospectiva buscamos para solo toparnos de nueva cuenta con un ¿pero si apenas fue ayer? Apenas ayer los llevamos de la mano, apenas ayer querían caminar con nosotros, ahora toman un camino diferente, un camino que deseamos con el alma los lleve a buen puerto, que no se extravíen en atajos engañosos. Imposible no sentir cierto pesar. Inevitable no desear con vehemencia el conjuro de un “apenas fue ayer”. Imprescindible el amor y la fe para dar vida a un pensamiento vigoroso de que pese a todo serán mejores, tal vez diferentes… pero mejores.

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