Base de la economía del campo.- Como todos los sábados, el ambiente de la finca es más alegre y bullicioso que el resto de la semana. Es día de “raya” y solo se trabaja medio día. La “pesada” empieza más temprano y se hace la cuenta de lo “cortado” toda la semana. El ritual de pesar es toda una ceremonia. El encargado y sus más cercanos ayudantes, van recibiendo a cada uno de los cortadores que llevan su lona con lo recolectado durante el día. Con la “romana”, que cuelga de una fuerte rama, pesan la lona llena de granos rojos y lo vierten a costales de mayor tamaño. La fila es larga, pero se les da preferencia a las mujeres y a los niños. Pasan con el encargado, verifican la suma de toda la semana y finamente reciben el preciado tesoro: la raya de la semana. Las caras sonrientes reflejan la satisfacción de la recompensa por el trabajo cumplido. Se acabó la jornada semanal y los cortadores se retiran a descansar. Con su lana cada quien hace lo que debe. La mayoría le dan un uso familiar, compran “el mandado” de la semana, van pagando sus deudas y el resto va al “jarrito”, un guardadito que sirve para solventar los gastos cuando no hay cosecha. Algunos comprarán otros utensilios para la cocina o ropa. Otros, lo primero que hacen es irse a echar unos aguardientes, ahora con refresco y un pedazo de queso. El viejo cortador curtido por el tiempo, el trabajo y por la gran cantidad de recuerdos, observa el protocolo y analiza el inicio de la cadena productiva de la economía de esta región. Formado al final de la fila, con su parsimoniosa paciencia reflexiona en voz alta y todos lo escuchan: “Todo ese producto que nos da la finca, ahora encostalado, terminará en una tasa que el consumidor paga cinco veces más de lo que el cortador recibe por cada kilo que cortó. Así es la economía. La mayor ganancia la recibe el torrefactor. El que se dedica al tostado, molido o al proceso industrial relacionado con el tratamiento del café. Lo mismo para el que lo sirve en taza. Un kilo de café molido te da cien tazas, por muy caro el kilo en esta zona cuesta 120 o 140 pesos, es decir, la taza te sale en menos de dos pesos, y si la vendes en veinte o más, depende el establecimiento, es un verdadero negocio. En esta cadena económica el menos beneficiado es el productor, que tiene que lidiar con la atención a la finca, la roya y hasta con los robos; pero así es esto. La esperanza del campesino es que el nuevo gobierno, genere condiciones que permitan que la economía se fortalezca desde abajo, acabar con un intermediarismo caníbal y que se fortalezca al sector primario”. Los cortadores que estaban delante de él en la fila no entendieron mucho, pero sí comprenden que si se mejoran los precios, ganarán más y puede mejorar la calidad de vida de sus familias. El viejo sabio de las laderas y discípulo del tiempo, ya se muestra inquieto al ver que a fila no avanza porque en una lona encontraron una piedra. “Abuelo, se ve que tienes prisa”, le pregunta el compa que está delante de él en la fila. “Es que tengo que llegar a Las Puentes. Voy a la festividad de la “Purísima Concepción”. Cada año desde hace muchos, desde mi padrino Abraham, acostumbramos visitar esa pintoresca localidad donde antiguamente funcionaba la fábrica de hilados y tejidos que llevaba ese nombre. Eran pachangas muy buenas, pues los “fabricantes” echaban la casa por la ventana. Comida para toda la gente, cervezas, baile, misa, cuetes, música y mucha alegría. Desafortunadamente la fábrica cerró y en la actualidad Las Puentes es una localidad sin su fuente de trabajo y olvidada por muchas autoridades. Sin embargo su gente buena, sigue con el entusiasmo de festejar su Patrona como cada año. Voy a ver a mi amigo “Cócoro” y de paso a visitar al “Guízar” que trajo César Augusto QEPD. Porque la próxima semana hay que ir a visitar a la Guadalupana en peregrinación, costumbre que desde nuestros abuelos se conserva, nos llevaban el once por la noche. Es parte de la tradición… es parte de la cultura… porque hablar de fe, es a título individual…”
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