domingo, 13 de enero de 2019

DESDE EL AULA - Por: Prof. Julio Hernández Ramírez


Viejas historias.-

Tenía 12 años, apenas había terminado la primaria y luego del fallido intento por seguir en la escuela, se decide en familia que debía iniciar en el trabajo del campo.

Mi papá trabajaba en las fincas de un pueblo vecino, le marcaban tarea cada día y eran tan extenuantes que iban más allá de la jornada normal. Me llevaba con él, según la plática con mi madre, para que aprendiera a trabajar y no anduviera de ocioso. Cubriendo la tarea se consumía buena parte de día. Era agotador, pero me gustaba porque en esa intimidad, en la quieta soledad de finca, se establecía una comunicación que mostraba a mi papá tal cual era, un hombre bueno que ocultaba sus afectos tras la máscara de un rostro hosco, a veces inexpresivo. Regresábamos a casa ya tarde, caminando por lo rieles de la vía y luego por melgas y veredas, mi papá, taciturno, yo, desconcertado por el cambio. 
No me gustaban los sábados. Me ponían triste. La jornada era igual, pero en vez de ir a casa, había que pasar por la raya. El patrón vivía en una casa fincada entre la carretera y las vías del ferrocarril, al fondo, frente a la estación, tenía un cantina ahí llegábamos por la raya. Le invitaba aguardiente, a mí, un titán de piña que me parecía enorme. Mi papá en la barra, yo recargado en la pared, la herramienta inerte en un rincón, a ratos la rockola se accionaba, el bullicio se iba haciendo más intenso, todos parecían felices. ¿Ya mero nos vamos Pa’?, preguntaba. Sí ya mero, respondía y las horas se iban consumiendo.

De pronto, el ambiente se hace raro. Miro al patrón con el rostro descompuesto, las manos temblorosas, víctima de un pavor incontrolable, los ojos vidriosos fijos en la puerta de entrada, a la vez que decía con voz entre cortada: “pásale, pásale lo que se ofrezca”. En el marco de puerta estaba él, un hombre de estatura media como su edad, pulcro, el sombrero ligeramente inclinado, con una sonrisa que siendo amable tenía algo de siniestro. Entró, saludo a todos, a mi papá, me vio y me dijo: “chiquillo, ¿qué haces aquí?, esperando a mi papá, le conteste. “Ah bueno”, dijo mientras se dirigía a la barra. ¿Qué te ofrezco? Le dijo el dueño. Le contesta el hombre con rara voz: “sabes que me repugna tu presencia, quiero que te vayas ya”. “Sí, si, ya me voy. Hijo tú atiendes”, alcanzó a decir mientras se perdía por una puerta lateral.

Salimos con mi papá al poco rato, él ya con un andar vacilante por lo tragos y yo haciendo malabares sobre los rieles para luego perdernos en las sombras de las veredas. ¿Papá quién era ese hombre? ¿Por qué le tiene tanto miedo el patrón? Es una larga historia que algún día te contaré. Ya entrada la noche llegábamos a casa. Mi madre como siempre, en vela. Me tenían con pendiente. ¿Van a cenar? 

___________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________



No hay comentarios.:

Publicar un comentario