martes, 26 de febrero de 2019

Cerca del Cielo Por: José Ramón Flores Viveros


El qué, y cómo del Everest de cada quien. 
(II de II partes) 


Jamás cayeron en pánico, hicieron gala de conocimiento, valor y gusto por su trabajo Sin poder ver nada, es muy simple caer a alguna grieta o caer al vacío. O terminar vagando como espectro en aquel extraño mundo blanco, donde los peligros acechan como demonios.

Bajaron con mucha seguridad, jamás tuvieron dudas de la ruta. Más tarde, llegamos al albergue del Cotopaxi. Gracias a ellos, llegamos en perfecto estado, es muy común, en países sudamericanos, agencias de alta montaña, que ofrecen servicios muy baratos, para guiar en los Andes. Pero muchas veces, son guías, sin experiencia suficiente, que ponen en riesgo la vida de quienes los contratan.

Volviendo con la película, Fisher, ya agonizando, sin esperanza alguna de poder ser rescatado con vida, se despide -por teléfono satelital- de su esposa, se encuentra cubierto de escarcha, con quemaduras tremendas, en dedos y cara, sangrando también. Fallece durante la dramática conversación. La esposa en los Estados Unidos, sabe que fue el final. 

Esta historia tiene un sincero propósito, para quienes me hacen el favor y su tiempo de leerme. Alguien dirá y será muy respetable, ¿cuál es el propósito de ir a vivir semejantes calamidades en una montaña? Se antoja hasta como un suicidio planeado. Pero salvo la mejor opinión, que será la que tenga cada quien. Qué difícil es para la mayoría de los seres humanos, plantearnos en un momento de la vida, qué es lo que queremos hacer con nosotros mismos. Cuando se da la magia de saberlo, viene la otra mágica pregunta, ¿cómo?

Ambas interrogantes se convierten en diamantes sin pulir o se convierten en carbón. Al menos así me paso a los 20 años, pudiendo haberle dado un rumbo positivo a mí ya desastrosa vida. No tuve la capacidad siquiera de planteármelo. 

Joaquín López Dóriga, periodista y comunicador con una trayectoria de un brillo cegador, al margen de que sus simpatías políticas, manifiesta que hacer su trabajo es un auténtico disfrute. Goza realizándolo, siempre supo qué quería hacer con su vida y supo cómo alcanzar sus metas. Ahí están las dos palabras claves, como una respuesta divina.

Estos alpinistas que fallecen trágicamente en el monte Everest, disfrutaban, se divertían escalando, consientes siempre de los graves riesgos a los que estaban expuestos. Andrés Delgado me dijo alguna ocasión, que para él la vida, no tenía sentido, sin correr riesgos, sin atreverse a correrlos. “José Ramon, si tú me metes a una oficina, me muero”. Aunque fallece en una montaña, Andrés siempre supo lo que quería y supo cómo llegar a convertirse en uno de los mejores alpinistas de México. Deseo de manera sincera, haber sabido compartirles mi idea. La gente muere como vive.

Andrés murió como vivió, recuerdo muy bien una anécdota: en 1992 hizo la pared sur del Aconcagua con 2 mil metros de pared, junto con Héctor Ponce de León, la expedición estuvo a punto de ser cancelada por cuestiones de patrocinios; Andrés me comento en aquella ocasión, “José Ramon, ya abrimos el pico en México, y ahora tenemos que irnos a Argentina a como de lugar”. La expedición fue todo un éxito, aunque Héctor casi muere en la expedición.

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