martes, 26 de marzo de 2019

DESDE EL AULA - Por: Prof. Julio Hernández Ramírez

En el tiempo que me toco vivir, ingresar a la benemérita escuela normal veracruzana, acariciando el sueño de ser profesor era en verdad, una hazaña. Los mecanismos de selección eran rigurosos y la lista de aspirantes, enorme. Alentaba la garantía de que al egresar, prácticamente sin más trámites, la plaza estaba asegurada. Los grupos conformaban un mosaico con representantes de diversos puntos de la geografía de Veracruz, e incluso, de otras entidades. La pablara “bullying” no se conocía pero el acoso escolar con tintes de discriminación, existía.

Provenía de una zona rural del vecino estado de Puebla, sus rasgos, manera de vestir y acento de voz eran diferentes. Se convirtió en el blanco de mofa, la burla y los apodos. A más de ser compañeros, nos hicimos amigos, los fines de semana y los periodos de práctica escolar los pasaba en mi casa, disfrutamos de largas tardes veraniegas persiguiendo conejos, de domingos de béisbol y el exquisito sazón casero de mi madre. Aquí se come mucho, solía decir. Hubo reciprocidad. Tienes que ir a mi casa insistente me decía.

Llegamos un domingo por la tarde. Mi sorpresa fue mayúscula al ver las dimensiones de su casa, era muy grande y el terreno más. Bajita y con ventanales pequeños por el frío, en el ala que daba a la calle principal, la habitaciones; luego de un patio, la cocina, dejando una salida perpendicular el granero con pequeños cuartos sin ventanas donde, a granel, se almacenaba maíz, frijol, alverjón y haba. Atrás, un patio grande donde los hermanos roleteaban la pelota de béisbol; junto, una galera donde guardaban los vehículos de trabajo: tractores, remolques, camionetas, y un carro de redilas. En esquina, una tienda de abarrotes con molino de nixtamal, al fondo los pesebres con borregos algunas vacas y mulas para el arado, luego un espacio amplio para la huerta. Le pregunté que si vivía en esas condiciones, por qué permitía que lo humillaran en la escuela; me divierten, contestó, muchos son pura apariencia.

El lunes muy temprano me dijo: ya llego mi papá, te lo voy a presentar. Era un hombre ya entrado en años, fuerte, con mirada resuelta y voz sonora. Estaba sentado tomando una bebida caliente, uno a uno iban llegando sus hijos quienes con reverencia le pedían su bendición y recibían indicaciones para el trabajo del día, mientras tanto la mamá preparaba el desayuno.

Mi papa tiene otra familia en la ciudad, me dijo. Allá se dedican al comercio, aquí se trabaja el campo, mi mamá y nosotros lo sabemos, ellos también. Aquí está en la semana dirigiendo el trabajo, el viernes a medio día se va en su camioneta y regresa el lunes temprano para organizar y mandar, pero vivimos bien, lo admiramos y queremos, a mi mamá la doramos y comprendemos.

Un día el señor nos invitó para que lo acompañáramos a la ciudad, iba de compras, en el trayecto me dormí, cuando desperté mirando por el retrovisor, sin más dijo: no entiendo como alguien puede dormir en el camino cuando hay tanto que ver, admirar y aprender, la vida no alcanza.

Ahora pienso, se puede estar en acuerdo o desacuerdo con esa actitud, con esa forma de vivir, lo cierto es que a su manera mantuvo a su familia en torno a él, inculcándoles valores de trabajo. Algo se puede aprender. 

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