martes, 6 de agosto de 2019

DESDE EL AULA Por: Prof. Julio Hernández Ramírez



No importa el nombre.-


Se llama, realmente no importa cómo se llama, puede llamarse como cualquiera de nosotros. Su madre es soltera y lo consiente más allá de lo aceptable. Dice tener 22 años, no trabaja ni estudia, tampoco se encuentra inscrito en el padrón de los cautivos. Lo mal ven, dicen que es peleonero y adicto, proclive a llevarse lo que ve mal puesto, no me consta. Es común verlo a cualquier hora del día en la esquina, la calle o el estanquillo.

Siempre lo saludo, le llamo por su nombre y le hago alguna broma frente la sorpresa de muchos; me trata con respeto y cordialidad. Me dice, ¿no tiene trabajo para mí? Le digo, ‘¿qué sabes hacer?’, me responde, ‘aprendo’. Hace lo que se le indica, maneja la motosierra, la desmalezadora, pinta, barre y llega temprano.

Sé que no hay mala intención, como también sé que están equivocados. Llegan algunos amigos con cierta preocupación para prevenirme sobre el error que cometo al darle confianza a ese muchacho. Lo señalan porque no trabaja, pero nadie le da trabajo. Se duelen de su rebeldía, pero nadie le da confianza, lejos de tenderle la mano y rescatarlo, se le conduce al precipicio con indiferencia.

Justicia expedita


Tiene catorce años y dice no conocer a su papá. En el pueblo se comenta que la pareja de su madre, cuando se enoja, lo golpea y lo saca de la casa. Duerme en el patio. Ya hubo una denuncia que seguramente se perdió en el laberinto de la justicia formal que bien retrata Fran Kafka en la trama de su proceso. Algún atrevido enfrentó al abusivo y lo previno sobre las consecuencias de reincidir en su conducta. Puntualmente lo entendió, no hubo más golpes.

Asignatura pendiente de acreditar


El camino ha sido largo y tortuoso. Son muchas las batallas libradas, los talentos ocupados, los sueños acariciados, las voces no perdidas en el desierto. Muchas son las historias de dolor, pero también de amor. Se dice que son muchos los avances logrados en la conformación de una sociedad tolerante, incluyente, que reconoce la diversidad y crece en la conciencia de lo urgente por hacer imperar una cultura de respeto al medio ambiente, a la legalidad.

Se comentan en diversos círculos sociales y académicos, se presume en discursos políticamente correctos, pero la realidad es otra, es cierto que hay avances importantes, aunque no suficiente para que la asignatura sea acreditada.

Si hacemos un ejercicio autocritico, objetivo y sereno, llegaremos al punto de aceptar qué, la nuestra es una sociedad que excluye y discrimina, que crea estereotipos y estigmatiza y que es proclive a juzgar por las apariencias, a decir cosas que en el hacer se niega; una sociedad en la cual la hipocresía tiene carta de naturalización y como Joseph Fouché, tenemos discurso diferente para cada ocasión, para lo público y lo íntimo, para el superior y el subalterno.

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