Reflexiones sobre la vida.- Meditabundo, circunspecto, introspectivo, absorto y reflexivo, se le ve al viejo zorro de las cañadas, al sabio anciano que conoce los misterios de la vida; al venerable longevo curtido por el tiempo y el trabajo; su mirada se pierde entre las lomas y las laderas que lucen un verde exuberante decorado con flores de verano y armonizado por los cantos de las aves. Nubarrones negros recorren el cielo que anuncian la inminente lluvia de verano que en esta canícula han sido recurrentes. Su mirada en el infinito refleja la profundidad de su meditación. Preocupados, tres de los campesinos jornaleros se acercan para que les explique la causa, motivo y razón de su especulativa contemplación. A lo que el vidente taumaturgo, testigo de dos siglos y dos milenios, con solemne elocuencia, explica: “No es ningún secreto que todos los que estamos en este mundo lo dejaremos de habitar tarde o temprano. En algún punto de nuestra existencia dejaremos de respirar y nos convertiremos en un recuerdo”. Dicha expresión solo provoca más dudas entre los confundidos compas, que su sola expresión conmina al enjuto cabalista a continuar su epístola: “La vida es pendular. Oscila entre los extremos de la tristeza y la alegría, del valor y el miedo, del amor y el odio, de la vida y la muerte. Hace unos días pudimos celebrar las festividades de Xico y de Ayahualulco, visitar con profunda alegría a los amigos queridos que nos hacen valorar la importancia de la amistad. Sin embargo, otros días tuvimos que acompañar a otros amigos a su última morada, a su descanso eterno, a su sepultura. Se nos adelantaron en el camino. La muerte forma parte de la vida, ciclo natural de la existencia. La muerte y la vida son dos aspectos de una misma realidad. La vida brota de la muerte, como la pequeña planta, del grano que se descompone en el seno de la tierra”. El cielo se despeja y pareciera que la amenaza de lluvia se disipa. El sol vuelve a brillar y el viejo anacoreta, continúa: “Esta es la enseñanza que todos los días nos lo hace vivir el propio Sol, naciendo incansablemente por oriente y muriendo indefectiblemente por el poniente; permanentemente siguen este ciclo cósmico del nacer y el morir. El sol reaparece cada mañana después de haber pasado la noche. Muere y renace; del mismo modo que la luna desaparece del cielo y reaparece al ritmo de sus fases. La muerte no es real, incluso en el sentido relativo, no es sino el nacimiento a una nueva vida, es ir adelante, y adelante, a planos de vida superiores y más altos todavía. El universo es nuestro hogar, y con la muerte, solo estaremos explorando sus más alejados escondrijos antes del fin del tiempo”. Sin entender nada en lo absoluto de esta confusa perorata, uno de los campesinos con cierto tono de desesperación insiste sobre el motivo de su estado anímico. “Estos meses hemos despedido a grandes amigos que cumplieron su ciclo y lo cumplieron bien. Otros que en la flor de la juventud que por razones inexplicables fueron llamados a cuentas, antes de tiempo, al siguiente plano. Eso nos hace pensar lo que somos en esto que llamamos vida, el breve espacio entre nacer y morir. Al final del día no importa cómo recordemos a nuestros hermanos difuntos sino que hagamos honor a la tarea que desempeñaron entre nosotros, que tomemos el ejemplo de quienes se pueda tomar y que no dejamos que su nombre se deje de mencionar, pues la gran aspiración de todo hombre libre y de buenas costumbres, es alcanzar la inmortalidad a través del recuerdo amoroso de sus seres amados…”
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