Escalando con el Demonio.-
Desde que somos pequeños, algunos recordamos perfectamente la palabra “no”, así de categórica y determinante. La mayoría de las veces para proteger nuestra integridad. De niño no se tiene conciencia del peligro. Pero también, muchas veces, es para cerrarle la puerta a nuestros sueños, a las fantasías de la infancia, cuando tenemos el colosal poder de soñar.
Recuerdo la primera vez que subí sin éxito el Cofre de Perote, a los 14 años. Salimos como a las 6 de la mañana, se veía cómo paulatinamente en el horizonte, iba apareciendo la montaña, a lo lejos. Pensaba que jamás íbamos a llegar, apenas habíamos comenzado a subir y ya me sentía agotado y el panorama se convirtió en subidas sin fin. En esos momentos, la labor emocional es muy importante, más que el esfuerzo físico. Una cosa es ver una montaña desde la ventana y soñar con llegar a lo más alto. Otra diferente y hasta traumático estar en su interior.
Ricardo Torres Nava dice que se identifica mucho con quien dijo -cuando le preguntaron, porqué escalaba montañas- “¡Porque están ahí”! Es una respuesta que encierra mucho misterio, pero también mucha filosofía. En lo particular lo he manifestado, siempre me he sentido humillado y poder hacer algo diferente, pero también difícil y que muchos jamás llegan a experimentar, me da valor y me devuelve la dignidad extraviada en la jungla de cemento. La montaña mejoró mi imagen, me dio un valor moral agregado que no he podido encontrar en esta sociedad y que también disfruto aun con sus asegunes.
Muchas horas después de haber salido de Coatepec, ya en lo profundo del camino rumbo al Cofre de Perote, la montaña aún se veía remota, incrustada en lo que parecía una acuarela de profuso colorido y mucha luz. Yo era una piltrafa humana por el agotamiento, tras unas ocho horas de esfuerzo sobre mi espalda. Renegaba de verdad en mi interior por verme envuelto en aquella locura de subir una montaña. Mi mal humor era más que evidente, además el esfuerzo no me permitía siquiera hablar. Me decía que no lo iba a lograr. Además, ya ni quería hacerlo.
En Cotopaxi tengo muy presente una anécdota tremenda e insólita. Comenzamos a subir poco después de las doce de la noche. La noche estaba hermosa, a esa altura, el panorama en el cielo nocturno es de una belleza insólita. Nos estábamos preparando para salir rumbo a lo alto. Fui al baño, recuerdo que me surgió un temor absurdo e irracional, un pensamiento nocivo y perverso, fue el temor a sufrir de un problema estomacal cuando estaba bien hasta ese momento. No puedo entender tanta negatividad de mi parte. Era como si buscara un pretexto para no subir, de manera interna algo, alguien, me estaba atacando de manera feroz. Sabía que habría muchas adversidades, pero una diarrea, en aquellos momentos, sería lo peor que podía pasarme. Como una invocación demoniaca, comencé a experimentar dolor de estómago con un deseo incontrolable de ir al baño. Salí corriendo al baño del albergue, comencé a llorar, todo era agua. Arriba y abajo. No podía creer que mi perversa manera de pensar, se estaba haciendo realidad. Mi Demonio interno se estaba manifestando de manera puntual y lapidaria.
Es ese ser maligno que nos dice al oído, cuando queremos intentar hacer algo diferente, que no podemos, que renunciemos. Recuerdo en la Universidad Autónoma de Chiapas, cuando estudié con ganas -que fueron muy pocas veces- y cuando presenté examen de Diseños Experimentales, ya en los últimos semestres de ingeniería, al ver que el diseño que tenía que desarrollar era el mismo que había estudiado a la perfección, mi Demonio, fiel a su estilo, jamás y nunca iba a aceptar que sacara 10. En aquel momento existió un bloqueo en mi cerebro. Saqué 0 de calificación, jamás lo pude responder. Solamente pude poner mi nombre al examen. Lo irónico fue que, al salir del salón, me comenzó a llegar toda la información al cerebro. Mi Demonio se mofaba. En la montaña, mi Demonio siempre escaló conmigo, nunca ha sido fácil la convivencia con él. Es dificilísimo ignorarlo.
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