Hay días venturosos en los que todo parece marchar bien. Días en los que coloquialmente se dice, te levantas con el pie derecho. Sales a la calle y como saludo recibes sonrisas, te encuentras con gente adecuada, mientras que en el trabajo, te sientes crecer en un ambiente colaborativo y de armonía. Días que pasan rápido y que despiertan en tu interior una motivación que te impulsa a sacar lo mejor, a dar un poco más de lo necesario; todo lo miras radiante, lleno de color, entonces levantas la mirada al cielo mientras dejas que un sentimiento de gratitud te cale profundo, y te manifiestas dispuesto para hacer, de la tolerancia y la comprensión, tu religión.
Las horas se van agotando en el trajín con sentido, hasta que llega el momento de volver a casa, quizá rendido pero satisfecho y te refugias en la privacidad de ese lugar que es tu lugar, la casa donde no se admiten los intrusos, ni la invasión autoritaria, ni los abusos ni atropellos.
Existen en cambio días difíciles, de tribulación… de confusión; días opacos en que sientes el aguijón de la ingratitud, de la incomprensión y el olvido, días en el que pese el esfuerzo, las cosas, testarudas, se empecinan en salir mal; hay ofuscación, te sientes abrumado, las salidas no se encuentran y sin quererlo te colocas en la órbita de un círculo oscuro desde el cual la pregunta que llega es si Dios también olvida. Días que pasan con una lentitud pasmosa. Llegada la hora sales presuroso a buscar el consuelo y refugio del hogar y te abandonas en la privacidad, quizás a replantear la existencia misma.
Es el asiento de la familia el faro que guía, es el lugar de guarecimiento; al final del día, es el puerto al que, con tormenta, con borrasca, con calma o paz, uno dirige la embarcación.
La privacidad es un derecho que no debe ser vulnerada. La privacidad y la intimidad del recinto donde vive una familia, debe considerarse sagrado. Cualquier pretensión de violentar tan preciado derecho significa el regreso a los episodios más oscuros del autoritarismo; cuando la pretensión se fundamenta en propósitos intimidatorios y de recaudación, la perversidad es mayor.
Producción menospreciada
Para dedicarse a las labores del campo hay que tener pasión, vocación y amor a la tierra. Las jornadas son agotadoras y la paga es poca. Los insumos para producir son caros y lo que se produce es normalmente barato. La falta de políticas públicas para fortalecer al agro son notorias y la voracidad de los intermediarios impía. A todo ello hay que sumarle que los periodos de sequía se hacen cada vez mas prolongados y las lluvias con frecuencia se vuelven atípicas; por ello la discordia por el preciado liquido amenaza con convertirse en tragedia. Pero no queremos entender que la naturaleza nos pasa la factura por el daño que le causamos; la contaminación y deforestación parecen incontenibles. Pese a todo es en el campo, con esfuerzo de los trabajadores del campo, lo que hace posible que en el mercado haya alimentos. Al trabajador del campo, al autentico, muchas veces se les discrimina y excluye, tal vez por su aspecto rudo, cuando debiera ser motivo de reconocimiento y respeto.
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