lunes, 29 de junio de 2020

Cerca del Cielo.- Por: José Ramón Flores



Historia sobrenatural.

Daniel Vizcarra, vigilante del albergue del Chimborazo, hombre callado y con toda una vida como alpinista, se dedicó al trabajo de vigilante, dar mantenimiento al lugar y atender a escaladores de todo el planeta. Eduardo, nuestro guía, nos comentó que Daniel había sido testigo de historias increíbles ocurridas en la montaña más alta de Ecuador. Accidentes espeluznantes, pero también sucesos inexplicables.

 

Eduardo nos advirtió que no nos compartiría alguna de sus historias increíbles, que era demasiado hermético al respecto. “Daniel guarda sus recuerdos y experiencias como un tesoro, que no comparte con cualquiera”. Lo describió como una persona un tanto desconfiada, que pensaba que quienes mostraban mucha curiosidad por saber de sus relatos, eran periodistas, que querían difundir esta información

 

En la montaña, Eduardo nos presentó a José Luis y a quien esto escribe, con Daniel; la descripción de nuestro guía se quedó corta, porque de inmediato su trato fue educado, pero muy cortante. La llave que abrió el candado de este sarcófago fue un hecho fortuito, un nombre que salió a relucir: Ricardo Torres Nava.

 

Cuando supo que éramos mexicanos, un extraño entusiasmo lo comenzó a invadir; recordó que años antes, un alpinista mexicano había llegado a escalar esta montaña solo y que había tenido la oportunidad de verlo en plena acción en una de las rutas más complicadas para llegar a la cumbre. Trataba de recordar su nombre sin conseguirlo, pero al describirlo, no hubo duda, se trataba de Ricardo Torres Nava. Cuando le presumí de mi amistad y cercanía con el Richard, todo cambió, se hizo la magia, aquel hombre serio y desconfiado en extremo se convirtió en un auténtico merolico, me hizo muchas preguntas de Ricardo, preguntas que yo contesté de la manera más amable. José Luis avaló mi cercanía con el primer mexicano y latinoamericano en la cumbre del Everest. Lo demás ya fue muy simple, sin pedírselo siquiera, Vizcarra, nos platicó una de sus historias exclusivas.

 

A finales de los 70 sucedió un terrible accidente en la zona alta del Chimborazo; los protagonistas fueron dos alpinistas peruanos, cuando descendían victoriosos de la cumbre. Iván Cubillas y Carlos Quezada de 25 y 27 años respectivamente. Quienes encontraron el cuerpo de Iván -el cuerpo de Carlos nunca fue encontrado- llegaron a conclusiones increíbles, las huellas de la caída, indicaban una caída violenta y súbita. Hasta aquí todo indicaba que habían resbalado, pero lo insólito y macabro inició en la ciudad de Quito, cuando revelaron las fotos de la cámara de Iván.

 

Las últimas imágenes mostraron algo verdaderamente aterrador. Era evidente que habían sido tomadas precipitadamente, pero aunque un poco borrosas, mostraban a un hombre vestido de fraile, que descendía unos metros arriba de donde se encontraban Iván y Carlos. Los alpinistas, se deduce, cayeron porque el pánico se apoderó de ellos y prácticamente se arrojaron al vacío. Daniel supo los pormenores de esta historia cuando las esposas de los peruanos, junto con familiares, llegaron por las pertenencias de los escaladores. Ya habían rechazado una oferta económica de importantes televisoras de Ecuador y Perú por dar a conocer la historia.

 

Al día siguiente después de muchas horas de escalada, nos encontrábamos en la cumbre del Chimborazo, y recuerdo dos sucesos extraños, José Luis estuvo a punto de caer y arrastrarnos a una caída mortal. De manera inesperada, nubes espesas nos comenzaron a cubrir lentamente. Si estirábamos los brazos las manos se perdían de vista. Eduardo nos apresuró a bajar de inmediato. Con el recuerdo de los peruanos en la mente, iniciamos un descenso, donde la pericia y experiencia de Eduardo se hicieron manifiestas.  Que feo es bajar de una montaña con el miedo normal, pero es horrible bajar también, con miedo a lo sobrenatural.


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