lunes, 29 de junio de 2020

DESDE EL AULA .- Prof. Julio Hernández Ramírez



DIGNO EXPONENTE DE LA ESCUELA DE LA VIDA 

Mi amigo el albañil, el de las mil y una historias, vividas muchas, inventadas otras, pero siempre contadas con emoción, entre lo serio y carcajadas, cumplió setenta años. Fui de los contados invitados, por eso de la nueva normalidad, lo acompañaron sus hijos, los que están en el pueblo, otros trabajan en los Estados Unidos y en Canadá. En la apariencia lo suyo no ha sido el apego para con sus hijos,  en cambío éstos, lo tratan con cariño y respeto, siempre lo buscan, como reza la sabiduría popular, ‘algo debe tener el agua donde la bendicen’. No estuvo su esposa, a nadie sorprendió, debe tener agravios acumulados; él mismo se manifiesta divertido cuando comenta que cumple con un apostolado en la iglesia, dando pláticas de motivación y orientación matrimonial, aun cuando sus deslices amorosos no se han guardado en la discreción.

 

No podía faltar la presencia del tío Esteban, el ídolo, el siempre admirado, el de las incontables anécdotas, una autentica leyenda, posgraduado con honores en la ruda escuela de la vida, divertido y franco, platicar con él siempre es una delicia; a sus noventa y un años y dada a su corpulencia, se apoya en muletas para caminar pero no se rinde. ‘Crecí con mis tíos’ evoca con emoción, fueron duros, recuerda. Mi tío Gil era bruto en el trabajo, con el azadón sacaba un surco a la orilla y no se levantaba, con la misma se volteaba al otro surco y yo atrás, haciendo cintura, y aprendiendo ser cuerudo… rudo; al tiempo lo agradecí, dice, a puro lomo me hice de mi propio rancho.

 

Siempre he trabajado duro, me gusta vivir bien, platica a los sobrinos que lo escuchan con admiración deseando en el alma ser como él. Mi pasión son las carreras de caballos, narra, siempre he sido acertado, pocas veces he perdido, por mis manos han pasado caballos que me han dado fama y dinero. La baraja me encanta, jugar un albur me excita, siempre juego derecho, confió en la suerte y en la habilidad, nunca en la trampa y chanchulló. Tío, lo interrumpe un sobrino jovenzuelo ¿ha sido usted gallo con las mujeres? “He conocido muchas -contesta con gravedad- incluso puedo decir que las he amado, pero nunca he dejado ni maltratado a tu tía, ella tiene un lugar que nadie puede disputarle, he sido responsable, el gasto de la casa es primero y sagrado”.

 

Entre otras muchas cosas se cuenta del tío Esteban que podía estar cuarenta y ocho horas continuas sentado en el mismo lugar libando licor sin perder la compostura y cuando se levantaba lo hacia sin tambalearse sin titubeos y vertical. Al llegar a su casa, luego de una larga parranda, no recibía, tal vez por que no lo admitía, reproche alguno. Luego… al intenso trabajo.

 

Su fuerza era excepcional, hay testimonios de que el solo cargaba a una mula con sacos pergamineros llenos de frijol. Es cuestión de mañas, justifica con modestias, lo cierto es que consumar tal hazaña no es asunto menor.

 

Lo ameno de la charla hace que las horas pasen ligeras. Se despide él, sube con cierta dificultas al Tsuru conducido por uno de sus nietos que no emitió palabra, pero con un elocuente leguaje corporal expresaba la admiración por el abuelo; luego, la mazorca se desgrana. De pronto todos recordamos que había cosas por hacer.  

 


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