lunes, 10 de mayo de 2021

Cuarto Acto - Por: Alejandro García Rueda

Hablando de Miguel.-



Miguel no es británico pero toma café todos los días a la misma hora. Es mexicano, pero maneja una puntualidad exacta para el acto, casi ceremonial, que implica prepararlo y servirlo en su taza favorita. Lejos de sentir agobio por tener que prestar atención a las campañas electorales o por la complejidad de los temas coyunturales, vive el momento de la misma forma en que lo hace el aficionado a los deportes. 


En cada temporada electoral se enfrenta al tsunami que supone el desborde de los roles que tiene que cumplir por voluntad propia. No lo sufre, no se queja; lo disfruta. Sabe que al ser su propio jefe debe encargarse de más asuntos de los que le resultan posible atender, pero aun con las restricciones del tiempo, la energía y de sus capacidades, está resuelto a persistir, insistir y no desistir.


Miguel no es únicamente un periodista, es un analista, es un estratega consciente del panorama político del que es parte y por eso está tomando cursos. La política es un escenario que demanda la realización de un trabajo altamente especializado. Sabe que ningún candidato llega solo al poder, que -en este caso- la clave detrás del éxito está en un equipo y confía plenamente en la fortaleza de la inteligencia colectiva para hacer del camino una experiencia más amplia y más profunda.


Para Miguel es importante cuidar la campaña territorial, pero también poner atención a lo que se está diciendo en plataformas digitales y hacer caso a lo que se genera desde la opinión pública para establecer mejores canales de comunicación. Su estrategia es integral. Cree en la distribución adecuada de los roles y en la existencia de mecanismos claros para la toma de decisiones. No es ideal tener -por ejemplo- un jefe de prensa ejerciendo funciones de un Community Manager o de vocero porque estos perfiles en realidad tienen encargos diferentes. El primero se encarga generalmente de la gestión de los medios tradicionales; el segundo tiene funciones en los departamentos de publicidad, comunicación y medios digitales, mientras el tercero funge como una voz institucional en temas puntuales, siendo responsable de proyectar y apoyar la construcción de una imagen positiva.


En un contexto como el actual reconoce el valor añadido que otorga el trabajo con un “gabinete en la sombra” para sorprender al adversario. Es ahí donde el candidato en cuestión puede cobrar fuerza. Detrás de él hay un séquito que no solo audita una campaña política, también le da seguimiento diario al rival, interpreta sus movimientos, decodifica su estrategia, su táctica y su mensaje desde un ángulo profesional. ¿Y qué chiste tiene? Esto ayuda a no estar sesgado (y/o cegado) por una visión única, permitiendo reforzar los puntos ciegos de la campaña propia. Se necesita tener un conocimiento profundo del “enemigo” (nótense comillas) y contando con un consultor en la sombra, el candidato se ocupa más en ver cómo camina su campaña.


El trabajo de Miguel es analizar cada declaración, cada decisión; desmenuzar cada spot, cada tweet; escuchar cada entrevista, estar atento a cada actividad del contrincante, de su partido, su vocero y los medios de información afines. Miguel, como consultor-sombra, recurre justamente a la “invisibilidad mediática” como pieza vital de su trabajo. Comprende lo que quieren hacer en otras trincheras, incluso lo hace mejor que los adversarios y si es posible, se anticipa a sus movimientos.


En el papel, responde a un bien mayor. Le da al candidato una explicación lógica y estratégica de lo que ocurre en el “otro campamento”, le sugiere lo que puede hacer en la lucha electoral y realiza una auditoría en tiempo real desde un ámbito especializado: La táctica. 


Un consultor-sombra solo está concentrado en su rival-espejo.
Por cierto, si a tu equipo le hace falta un consultor-sombra, yo que tú compartiría este texto con quien corresponda… (antes que lo haga ese adversario en el que estás pensando).






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