DESDE EL AULA
Junto
con otros compañeros, acudí a realizar diversos trámites en oficinas públicas
de la ciudad de México. Fuimos objetos de bromas. “aguas con las carteras,
llegaron los jarochos”, decían entre risas los empleados. En broma también
aunque con cierto dejo de seriedad, espetaban: “para Veracruz no hay nada
porque todo se lo roban”. No nos quedaba otra más que seguir el festín de la mordacidad,
conteniendo el coraje por el estigma a que nos condenaron una bola de rufianes,
algunos de ellos actualmente con sendos cargos de representación.
Luego
de tan bochornosa experiencia, la reflexión es obligada. La pregunta asalta
machacona con la insistencia de una gotera en llave descompuesta. ¿Es justo el
estereotipo? ¿Realmente los veracruzanos tenemos esa proclividad natural hacia
el abuso? ¿La corrupción ha adquirido carta de naturalización entre nosotros?
La respuesta a estas interrogantes es categórica e inequívoca: NO. La inmensa
mayoría de la gente que conozco es gente buena, honesta, trabajadora,
seguramente sucede lo mismo con las que usted conoce. Personas honorables que
libran una lucha cotidiana por llevar lo indispensable a sus hogares, que salen
todos los días con la frente en alto, que te miran a los ojos y que saben
honrar la palabra.
Es
gente cuya oración no la constituye el estribillo “merezco la abundancia”, ni
viven en la angustia de la avaricia, tampoco hacen vigilia en el afán inútil de
acumular por acumular, en cambio sueñan y sin discusiones bizantinas sobre el
sentido de la vida y ni sofisticadas reflexiones filosóficas, me parecen quienes
más se acercan al ideal de la felicidad, cuando menos, seguro estoy, duermen
más tranquilos y dios los recompensa con el privilegio de la sencillez
indispensable para percibir y disfrutar la esencia de este mundo que por
valiosa se ofrece gratis.
Algo
de misterio hay en esta paradoja, entendida a la luz de la fe más que de la
razón, pues parece no responder a lógica alguna el afirmar que en la
precariedad se pueda encontrar más tranquilidad que en la opulencia, sin
embrago no es sorpresa que así sea. Sucede que esa gente sencilla encarna a la
perfección la prédica del santo icono de la humildad: “deseo poco y lo poco que
deseo lo deseo poco” por eso no viven en la tentación de transar. En cambio
quienes creen merecer la abundancia viven en el delirio y dispuestos a los
actos más abominables sin sentirse nunca satisfechos.
Por
eso la corrupción no puede ser el sello de los veracruzanos. Por algunos que
abusan no se vale estigmatizar a todo un pueblo cuya distinción es su gente
alegre, laboriosa y honesta.
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