lunes, 31 de julio de 2017

DESDE EL AULA

Junto con otros compañeros, acudí a realizar diversos trámites en oficinas públicas de la ciudad de México. Fuimos objetos de bromas. “aguas con las carteras, llegaron los jarochos”, decían entre risas los empleados. En broma también aunque con cierto dejo de seriedad, espetaban: “para Veracruz no hay nada porque todo se lo roban”. No nos quedaba otra más que seguir el festín de la mordacidad, conteniendo el coraje por el estigma a que nos condenaron una bola de rufianes, algunos de ellos actualmente con sendos cargos de representación.

Luego de tan bochornosa experiencia, la reflexión es obligada. La pregunta asalta machacona con la insistencia de una gotera en llave descompuesta. ¿Es justo el estereotipo? ¿Realmente los veracruzanos tenemos esa proclividad natural hacia el abuso? ¿La corrupción ha adquirido carta de naturalización entre nosotros? La respuesta a estas interrogantes es categórica e inequívoca: NO. La inmensa mayoría de la gente que conozco es gente buena, honesta, trabajadora, seguramente sucede lo mismo con las que usted conoce. Personas honorables que libran una lucha cotidiana por llevar lo indispensable a sus hogares, que salen todos los días con la frente en alto, que te miran a los ojos y que saben honrar la palabra.
Es gente cuya oración no la constituye el estribillo “merezco la abundancia”, ni viven en la angustia de la avaricia, tampoco hacen vigilia en el afán inútil de acumular por acumular, en cambio sueñan y sin discusiones bizantinas sobre el sentido de la vida y ni sofisticadas reflexiones filosóficas, me parecen quienes más se acercan al ideal de la felicidad, cuando menos, seguro estoy, duermen más tranquilos y dios los recompensa con el privilegio de la sencillez indispensable para percibir y disfrutar la esencia de este mundo que por valiosa se ofrece gratis.
Algo de misterio hay en esta paradoja, entendida a la luz de la fe más que de la razón, pues parece no responder a lógica alguna el afirmar que en la precariedad se pueda encontrar más tranquilidad que en la opulencia, sin embrago no es sorpresa que así sea. Sucede que esa gente sencilla encarna a la perfección la prédica del santo icono de la humildad: “deseo poco y lo poco que deseo lo deseo poco” por eso no viven en la tentación de transar. En cambio quienes creen merecer la abundancia viven en el delirio y dispuestos a los actos más abominables sin sentirse nunca satisfechos.

Por eso la corrupción no puede ser el sello de los veracruzanos. Por algunos que abusan no se vale estigmatizar a todo un pueblo cuya distinción es su gente alegre, laboriosa y honesta.

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