DESDE
LA FINCA
Cuando la tierra se sacude.-
Justo
a la hora acostumbrada de hacer el “rancho”, cuando se disponían a sacar el
bastimento del morral, cuando la lumbre ya chirriaba esperando el comal donde
se calientan las enchiladas y los tacos de frijoles, el viejo cortador pensó
que el primer trago de su inseparable aguardiente le había hecho un efecto de
“patada de mula” porque sintió que todo se le movía. Una de las mujeres que
portaba un chilpayate a la espalda con un rebozo gritó: “Ave maría Purísima,
está temblando”. Eran la una y cuarto cuando con expresión de sorpresa y miedo,
sentían los empellones de la tierra.
Fueron escasos 2 minutos de silencio y
zozobra. En la finca solo se siente un zumbido sordo bajo el suelo y como si
alguien sacudiera las matas de café, pero no hay los ruidos que se escuchan en
la ciudad del crujir de paredes, vidrios, puertas o láminas. Como gente de fe,
la mayoría elevó una oración pidiendo porque no fuera grave y no trajera
consecuencias. Una vez que pasó el susto, desde la loma observaron las casas del
pueblo las cuales estaban intactas. A los pocos minutos llegaron corriendo los
niños que fueron evacuados de la primaria y fueron a buscar a la finca a sus
padres y abuelos. Confirmaban que todos estaban bien. La llegada de los niños y
la lumbre en su punto, reunieron a todos para compartir el bastimento ya con la
calma recuperada. Con los abrazos y las anécdotas se olvidó el susto y la
comida se convirtió en amena charla. El viejo cortador luego de que se percató
que no era el efecto del trago, con su calma característica, reflexionó en voz
alta: “No somos nada. Ante el poder de la naturaleza no nos queda más que
inclinarnos y encomendarnos a Dios. No importa si eres rico o pobre, feliz o
desgraciado, joven o viejo. Los fenómenos naturales no son considerados. Se
llevan todo. Lo hemos viso con las inundaciones, los huracanes y los temblores.
Son parte de la naturaleza. La tierra está viva, es generosa y nos otorga todo
lo necesario para vivir. Pero como todo ser vivo, a veces hace muinas y se
sacude, o se rasca, o se asea. Suspira, se duele o eructa. Se acomoda o se
estremece. Pero siempre se renueva. Dolida por el daño que le ocasionamos, se
está calentando. Su piel necesita la protección que le dan los árboles y se los
hemos ido quitando. Ahí tán las consecuencias”. Los jóvenes cortadores y los
niños que no entendieron su perorata, hasta que regresaron a sus casas y oyeron
por la radio o vieron por la tele la devastación que causó el poderoso sismo
que sacudió el centro del país, destrozando calles y edificios y dejando cientos
de muertos y desaparecidos. Dieron gracias a Dios porque en esta zona no pasó a
mayores. Una vez más comprobaron que el sabio anciano tenía razón. Ante a
naturaleza no hay antídoto. Así como da, quita. Con miedo escucharon que se
anuncia otro fuerte temblor. Fueron a consultar al viejo que ya medio dormido
por el efecto de su alipús, solo pudo refunfuñar de mal modo: “No sean
pendejos. Eso no se puede predecir. No caigan en las mentiras de gente
ignorante. Si se pudiera, no habría las catástrofes en todo el mundo. Dejen de
estar jodiendo”. Contentos por la
regañada pero sobre todo por la lección, se dispusieron a descansar, no sin
antes elevar una oración por los hermanos fallecidos en el sismo y rogar por la
pronta resignación de los deudos. Hoy les tocó a ellos. Mañana no sabemos…
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