lunes, 25 de septiembre de 2017

EDITORIAL


Los partidos políticos padecen una severa crisis de credibilidad. El desprestigio que hoy cargan como pesado lastre se lo han ganado a pulso, pero aun cuando parezca una perogrullada, vale recordar que los partidos están conformados por ciudadanos, perdón por la obligada redundancia, que forman parte de una sociedad que siempre será civil y que por ser tan obvio, a veces olvidamos, lo que significa que al final del día tenemos los partidos que queremos, propiciamos o al menos, toleramos.


Como muchos otros temas, en el fondo, el problema de los partidos estriba en la pérdida de valores. La ausencia de fundamentos ideológicos se constata día a día de manera vergonzosa y dramática. No hay proyecto de nación ni modelos de desarrollo. La ética, la lealtad, la defensa de un ideario, en suma, la militancia, se sustituye por un pragmatismo cínico y obsceno, sustentado en ambiciones personales de alcanzar el poder por el poder mismo, y lo que es más deprimente, la sociedad los premia. Tal vez nuestros atavismos, las cargas ancestrales, nuestra propia historia, determinan la incapacidad para sobreponernos a los caudillismos, al mesianismo exacerbado. Paradójico: muchos sedicentes intelectuales promueven semejantes corrientes.

En el ámbito nacional, los vemos hoy en un partido, mañana en otro y así sucesivamente, o formando alguno a modo que incorporan a su acervo patrimonial, o promoviendo mescolanzas “ideológicas”, disímbolas y aberrantes, mientras se auto proclaman salvadores de la nación.

En lo local, los vemos pulular en torno a quien les pueda dar más, sin importar que sea personero de un partido distinto del cual recibieron primeramente oportunidades de desarrollo personal y de acceder a puestos de elección popular.  Gesticulan y manotean ofreciéndose como eficaces operadores políticos. No cabe duda, ante los vaticinios de borrasca, los roedores huyen. Quien traiciona una vez, traiciona siempre y los estigmas se hacen indelebles.

Lejos quedaron, se añoran, hacen falta, perfiles como el de Manuel Gómez Morín, Jesús Reyes Heroles, Colosio, Heberto Castillo, hombres de partido, probos, fieles a una idea, visionarios de un proyecto de nación, todos poseedores de un acendrado amor a México, a su gente y a sus instituciones.



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