EDITORIAL
Los
partidos políticos padecen una severa crisis de credibilidad. El desprestigio
que hoy cargan como pesado lastre se lo han ganado a pulso, pero aun cuando
parezca una perogrullada, vale recordar que los partidos están conformados por ciudadanos,
perdón por la obligada redundancia, que forman parte de una sociedad que
siempre será civil y que por ser tan obvio, a veces olvidamos, lo que significa
que al final del día tenemos los partidos que queremos, propiciamos o al menos,
toleramos.
Como
muchos otros temas, en el fondo, el problema de los partidos estriba en la
pérdida de valores. La ausencia de fundamentos ideológicos se constata día a
día de manera vergonzosa y dramática. No hay proyecto de nación ni modelos de
desarrollo. La ética, la lealtad, la defensa de un ideario, en suma, la
militancia, se sustituye por un pragmatismo cínico y obsceno, sustentado en ambiciones
personales de alcanzar el poder por el poder mismo, y lo que es más deprimente,
la sociedad los premia. Tal vez nuestros atavismos, las cargas ancestrales,
nuestra propia historia, determinan la incapacidad para sobreponernos a los
caudillismos, al mesianismo exacerbado. Paradójico: muchos sedicentes
intelectuales promueven semejantes corrientes.
En
el ámbito nacional, los vemos hoy en un partido, mañana en otro y así
sucesivamente, o formando alguno a modo que incorporan a su acervo patrimonial,
o promoviendo mescolanzas “ideológicas”, disímbolas y aberrantes, mientras se
auto proclaman salvadores de la nación.
En
lo local, los vemos pulular en torno a quien les pueda dar más, sin importar
que sea personero de un partido distinto del cual recibieron primeramente
oportunidades de desarrollo personal y de acceder a puestos de elección
popular. Gesticulan y manotean ofreciéndose
como eficaces operadores políticos. No cabe duda, ante los vaticinios de
borrasca, los roedores huyen. Quien traiciona una vez, traiciona siempre y los
estigmas se hacen indelebles.
Lejos
quedaron, se añoran, hacen falta, perfiles como el de Manuel Gómez Morín, Jesús
Reyes Heroles, Colosio, Heberto Castillo, hombres de partido, probos, fieles a una
idea, visionarios de un proyecto de nación, todos poseedores de un acendrado
amor a México, a su gente y a sus instituciones.
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