DESDE
EL AULA
De lunas y preludios.-
Llega
octubre, inexorable. Llega quieto y suave como la caída de las hojas en otoño.
En silencio llena el ambiente de paisajes de olores y sabores… de nostalgias.
Llega como adelanto de la inevitable caducidad del año. Sin prisas, tan solo
esperó la llegada del segundo equinoccio, con el otoño, profundamente empático
con los cabellos canos y ralos, con los que ven hacia atrás más largo que el
porvenir, de los que sacan “juventud de su pasado”, de los que se estremecen
mientras dilatan sus pupilas y anudan la garganta cuando alguien recita:
“Juventud, divino tesoro/ ¡ya vas para no volver!/ Cuando quiero llorar no
lloro/ y a veces lloro sin querer”. Verdad expresada en la sensibilidad
inagotable del gran Rubén Darío.
Apenas
llega octubre y luego luego su “dos”, el que no se olvida. El de la ignominia,
el de la pretensión inútil de acallar las voces juveniles, el de la brutalidad
emanada de un gobierno caduco, autoritario y soberbio. El dos que marcó al país
con el mismo dramatismo, claro, guardadas las proporciones, que la tragedia de
los normalistas de Ayotzinapa marcó a un gobierno. El dos, que partió la
historia nacional en un antes y un después y trazó la ruta sin retorno a la
alternancia que se dio en el recuento de votos, mas no en el cambio de modelo
ni en formas diferentes de ejercicios de poder y que provocó un enorme
desencanto.
Llega
octubre para regalarnos a la vista una luna inmensa y luminosa que se funde y
se confunde con el día. Gracia que protege a los animales del campo de los
cazadores nocturnos. Luna hermosa, inspiración de poetas, deleite de los
enamorados, regalo para los insomnes, quietud no de dos, de las almas, no que
han querido, que quieren ser felices, al influjo de la dialéctica del amor, que
no al arrullo de la juventud que nunca es eterna, sino más bien efímera y
fugaz.
Octubre
deja oír un pregón maravilloso y conmovedor en pos de la paz y la hermandad de
las naciones para recordarnos que, pese a todo, la política sigue siendo el
medio más eficaz para la solución inteligente de los conflictos en el orbe y
para dar actualidad de la máxima juarista de que “Entre los individuos como
entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”; para que no
olvidemos el valor de la humildad ni la verdad de la igualdad en lo esencial,
expresada hasta lo sublime en la voz y pensamiento profundo, transparente,
libre, pero ejemplarmente fraterno de la Albert Einstein, cuando a pregunta
expresa de que a qué raza pertenece, contesta natural: a la raza humana.
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