miércoles, 20 de diciembre de 2017

Cuando el hombre oscurece a la ciencia
Por Sergio Jimarez
“Dios mío, ¿Qué hemos hecho?”
Robert Lewis, copiloto del bombardero Enola Gay
al momento de arrojar la bomba atómica sobre Hiroshima

Hace setenta y dos años el mundo presenció la fuerza de la ciencia en una pequeña muestra de lo terrible que puede llegar a ser el hombre al atentar contra sí mismo; el 6 y 9 de agosto de 1945 se harían estallar dos bombas atómicas que silenciaron a cientos de miles de personas al desvanecerse con la explosión y millones más que enmudecieron ante la barbarie provocada.

Si bien los procesos atómicos pueden ser una fuente de energía alternativa a los combustibles fósiles, una mala causa desata una catástrofe irremediable. El nacimiento de la energía nuclear vino con los estudios del átomo a finales del siglo XIX, fenómenos como la radiactividad demostraron la capacidad energética existente en la materia; procesos que sólo con manipular minerales provocan enfermedades o daños severos en la salud; debió tratarse de un tema bastante serio. El decaimiento radiactivo es la pérdida de masa de un elemento mediante la separación de sus neutrones o protones liberando energía; los elementos radiactivos, por ejemplo, el plutonio y uranio son elementos que sirven como combustible de estos procesos y basta sólo una pequeña cantidad de materia para lograr una increíble reacción en cadena (1 kilogramo de uranio equivale a 250 toneladas de TNT). El mecanismo de explosión de este tipo de bombas ocurre cuando un núcleo atómico choca con otro liberando energía, esta energía sólo alcanzaría para mover un grano de arena, pero en esta acción se hace reaccionar dos núcleo más, luego cuatro, luego ocho y así sucesivamente en un corto tiempo, entonces, cuando la reacción es llevaba a cabo por varios millones de núcleos al mismo tiempo es cuando se logra una manifestación energética sin precedentes, un gramo de uranio contiene miles de trillones de átomos. Sin embargo, no sólo los elementos radiactivos se han utilizado para la fabricación de bombas atómicas, existen elementos más ordinarios que generan mucha más energía como la bomba de hidrógeno que ha resultado todavía más poderosa que las anteriores.
La destrucción que provoca una bomba atómica se mide en unidades de enorme magnitud, muerte directa por la explosión central donde la temperatura se eleva a más de un millón de grados centígrados (cientos de veces más que la superficie del sol) y vientos de 1000 km/h, el radio de acción de la bomba abarca más de 15 kilómetros y se llega a sentir hasta los 50 kilómetros de distancia; tiempo después de la explosión vienen consecuencias como envenenamiento o enfermedad por la exposición a la radiación y se afecta a la descendencia de las personas con daños genéticos en varias generaciones.
El uso de los materiales radiactivos y la energía nuclear no sólo se trata de temas relacionados con el terror o peligro, tenemos centrales eléctricas que generan su energía convirtiéndola de la energía nuclear como también equipos médicos para tratar el cáncer; sin duda, el hecho de contar con una fuente de energía de tamaño considerable sitúa al desarrollo de la humanidad en una ventaja aun tomando en cuenta los contratiempos generados a lo largo de la historia del siglo XX.
La ciencia no siempre va encaminada hacia el progreso y el bienestar, muchas veces los motivos particulares o emergentes han sido los directores del camino de los avances científicos dejando de lado el bien común. La dinámica de la economía es uno de los principales factores determinantes en la creación de nuevas investigaciones incluso resulta más importante que la ética o la generosidad; sin embargo, la ciencia se mantiene junto a la humanidad y a pesar de todos los errores que se comentan en su nombre, siempre vamos a poder contar con ella para seguir viendo todo lo que está más allá.
Conocemos la historia, la hemos vivido, está de más decir cuál guerra fue, quién arrojó las bombas y contra quién; los motivos y las justificaciones, lo cierto es que el hombre ha sido el único culpable de eliminar al mismo hombre. 

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