Por
Sergio Jimarez
“Dios
mío, ¿Qué hemos hecho?”
Robert Lewis, copiloto del bombardero
Enola Gay
al momento de arrojar la bomba atómica
sobre Hiroshima
Hace setenta y dos años el
mundo presenció la fuerza de la ciencia en una pequeña muestra de lo terrible
que puede llegar a ser el hombre al atentar contra sí mismo; el 6 y 9 de agosto
de 1945 se harían estallar dos bombas atómicas que silenciaron a cientos de miles
de personas al desvanecerse con la explosión y millones más que enmudecieron
ante la barbarie provocada.
Si bien los procesos
atómicos pueden ser una fuente de energía alternativa a los combustibles
fósiles, una mala causa desata una catástrofe irremediable. El nacimiento de la
energía nuclear vino con los estudios del átomo a finales del siglo XIX,
fenómenos como la radiactividad demostraron la capacidad energética existente
en la materia; procesos que sólo con manipular minerales provocan enfermedades
o daños severos en la salud; debió tratarse de un tema bastante serio. El decaimiento
radiactivo es la pérdida de masa de un elemento mediante la separación de sus
neutrones o protones liberando energía; los elementos radiactivos, por ejemplo,
el plutonio y uranio son elementos que sirven como combustible de estos
procesos y basta sólo una pequeña cantidad de materia para lograr una increíble
reacción en cadena (1 kilogramo de uranio equivale a 250 toneladas de TNT). El
mecanismo de explosión de este tipo de bombas ocurre cuando un núcleo atómico
choca con otro liberando energía, esta energía sólo alcanzaría para mover un
grano de arena, pero en esta acción se hace reaccionar dos núcleo más, luego
cuatro, luego ocho y así sucesivamente en un corto tiempo, entonces, cuando la
reacción es llevaba a cabo por varios millones de núcleos al mismo tiempo es
cuando se logra una manifestación energética sin precedentes, un gramo de
uranio contiene miles de trillones de átomos. Sin embargo, no sólo los
elementos radiactivos se han utilizado para la fabricación de bombas atómicas,
existen elementos más ordinarios que generan mucha más energía como la bomba de
hidrógeno que ha resultado todavía más poderosa que las anteriores.
La destrucción que provoca
una bomba atómica se mide en unidades de enorme magnitud, muerte directa por la
explosión central donde la temperatura se eleva a más de un millón de grados
centígrados (cientos de veces más que la superficie del sol) y vientos de 1000
km/h, el radio de acción de la bomba abarca más de 15 kilómetros y se llega a
sentir hasta los 50 kilómetros de distancia; tiempo después de la explosión
vienen consecuencias como envenenamiento o enfermedad por la exposición a la
radiación y se afecta a la descendencia de las personas con daños genéticos en
varias generaciones.
El uso de los materiales
radiactivos y la energía nuclear no sólo se trata de temas relacionados con el
terror o peligro, tenemos centrales eléctricas que generan su energía
convirtiéndola de la energía nuclear como también equipos médicos para tratar
el cáncer; sin duda, el hecho de contar con una fuente de energía de tamaño
considerable sitúa al desarrollo de la humanidad en una ventaja aun tomando en
cuenta los contratiempos generados a lo largo de la historia del siglo XX.
La ciencia no siempre va
encaminada hacia el progreso y el bienestar, muchas veces los motivos
particulares o emergentes han sido los directores del camino de los avances
científicos dejando de lado el bien común. La dinámica de la economía es uno de
los principales factores determinantes en la creación de nuevas investigaciones
incluso resulta más importante que la ética o la generosidad; sin embargo, la
ciencia se mantiene junto a la humanidad y a pesar de todos los errores que se
comentan en su nombre, siempre vamos a poder contar con ella para seguir viendo
todo lo que está más allá.
Conocemos la
historia, la hemos vivido, está de más decir cuál guerra fue, quién arrojó las
bombas y contra quién; los motivos y las justificaciones, lo cierto es que el
hombre ha sido el único culpable de eliminar al mismo hombre.
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