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Jesús J. Castañeda Nevárez
Crecieron de forma desproporcionada y su impacto en
todas las sociedades del mundo ha sido impresionante. Mucho a favor, mucho en
contra, mucho de forma positiva y mucho de forma negativa, en una constante de
altibajos que de pronto parece inevitable la sentencia negativa y enseguida
surge la opción positiva y hasta conveniente.
El gran poder de las redes sociales es
incuestionable, principalmente porque dieron voz a la sociedad y le permitieron
comunicarse entre sí de forma inmediata; también informarse y enterarse con esa
misma inmediatez, derribando a los grandes corporativos de la información a
nivel mundial que de alguna forma tuvieron monopolizadas las noticias, y su
influencia en generar opinión, les permitió ejercer demasiado poder político y
económico. Tanto como para poner presidentes.
Prestigiados medios impresos tuvieron que cerrar
sus puertas y miles de trabajadores de la industria gráfica tuvieron que buscar
otra forma de tener ingresos. De la misma manera la industria de la televisión
fue sacudida por el abandono de su teleaudiencia y por el surgimiento de una
nueva forma de competencia con menos capital y más tecnología.
Adicional a esta nueva forma de la comunicación
también se agregó una nueva forma de negocios a través del comercio electrónico,
con una gran diversificación de formas de pago lo que también modificó los
hábitos de compra.
Las grandes plazas y centros comerciales se
convirtieron en lugares de paseo y distracción en los que eventualmente se
puede socializar, si acaso los caminantes logran despegar su vista del celular
y saludar otras personas.
La transformación digital de las instituciones, las
empresas y la sociedad vino a ser un monstruo glotón y mal educado que de la
misma forma en que te proyecta te puede hundir. No se puede controlar porque
nunca tuvimos el cuidado de dimensionarlo y sólo nos dejamos llevar por el
entusiasmo de esa maravillosa forma de sorprendernos de todo lo que se podía
hacer con un celular en las manos.
Hoy día en las redes circula mucha más información
por segundo, que la que pudieran haber sumado toda la generación de nuestros
abuelos a lo largo de su vida.
Pero mucha de esa información no es todo lo veraz
que debiera y si acaso fuera parcialmente cierta, su porcentaje pudiera ser
raquítico. Obviamente los usuarios no se detienen dos segundos en analizarlo,
cuando ya lo enviaron a sus redes en un fenómeno de multiplicación acelerada
que a muchos no impacta negativamente, pero a muchos sí.
Y es ahí en donde se centra la frágil credibilidad
que se alcanza con esta forma de comunicación a través de las redes sociales,
que poco a poco está entrando en una zona de crisis por sus efectos nocivos, a
los que se agrega el desplazamiento laboral de millones de personas a causa de
la inteligencia artificial que ha incorporado la interacción humanos-robots que
de manera positiva han fortalecido de forma significativa el servicio al
cliente, pero también han sido utilizados para el efecto de contención de los
comentarios negativos o positivos de las redes sociales, en las que ahora
muchas discusiones se llevan a cabo entre esos robots, trasladando a muchos
espectadores a escenarios irreales.
En este 2018 se celebrarán en varios estados
procesos electorales en los que se elegirá a gobernadores, diputados federales
y locales, además de que en todo el país se elegirá al próximo presidente, lo
que nos hace suponer que estamos en medio de un proceso de campañas en las que
la comunicación es el eje rector de la estrategia política en busca de
convencer a los electores.
Las promesas y los compromisos irán acompañados del
ataque a los contrincantes; todos harán lo mismo de modo que las verdades y
mentiras (basura electoral) fluirán de forma vertiginosa pero creativa,
buscando atrapar la atención de la sociedad, ya sea por lo interesante o por lo
morboso o por lo divertido, con la absoluta seguridad de que los efectos
pudieran no resultar lo esperado, porque ese también es el fenómeno de las
redes sociales.
Tal vez consigan divertir o entretener, pero nada
garantiza que eso los lleve a convencer realmente al electorado y que su
participación en las urnas pudiera ser nula por la saturación de la
información.
Mientras tanto los ciudadanos críticos tendrán que
leer despacio y con detenimiento como para descubrir lo poco que pudiera ser
verdad entre demasiadas mentiras.
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