lunes, 12 de marzo de 2018

EDITORIAL

El tiempo pasa inexorable. 
 
Los términos perentorios se agotan y las fechas una a una se van presentando puntuales. Las precampañas han fenecido, el periodo de inter campañas transcurre; de silencio, le llaman algunos, pero en realidad ha sido cualquier cosa menos, respetuoso silencio. Pocas sorpresas, se adivinaba el tenor de la contienda, pobre en propuestas, prodiga en despropósitos.


Los escenarios muy vistos: un candidato que se asume y presenta como apartidista, cuyo proyecto pareciera que no termina de cuajar, pese a que, sin duda alguna, se trata del perfil con mayor solvencia profesional y ética, probado en múltiples responsabilidades, atributos que le permiten constituirse en garante de la estabilidad. 


Un candidato terco, obstinado, que ha sostenido durante muchos años una campaña electoral que no respeta calendarios, aprovechando hábilmente las vaguedades del marco legal electoral. Señalado de enarbolar un trasnochado mesianismo, no obstante, ha sabido capitalizar en grado superlativo el profundo descontento social ocasionado por ejercicios de gobiernos abusivos en los tres niveles que contempla el sistema político mexicano y provenientes de diversas corrientes ideológicas. Polémico, para muchos, símbolo de esperanza, para más un peligro para México. Incongruente, se proclama como el adalid de la honestidad y el combate a la corrupción, pero en los hechos no explica el origen de los recursos para sostener una campaña permanente y da cobijo a personajes con oscuras trayectorias y sendos señalamientos de deshonestidad.


Un candidato pragmático y ambicioso… audaz, capaza de cualquier cosa por acceder al poder por el poder mismo. Exponente destacado de la cofradía de la moral ambigua y del doble discurso; incapaz de explicar su enriquecimiento súbito, inusitado y escandaloso, respecto del cual tiende una cortina de humo pretendiendo generar un debate tan absurdo como inútil, sobre la premisa de un dilema igualmente falso: es víctima de un linchamiento político derivado de sus aspiraciones presidenciales o su comportamiento actualiza hipótesis previstas en la legislación penal. Planteado así el tema, lo que debiera seguir es una investigación profesional desprovista de cualquier motivación política y a la luz de la legislación en vigor. Si la conclusión a la que se arribe determina que no se está frente a ningún ilícito, lo sano sería que hubiese consecuencias legales para quien dolosamente hubiera acusado sin sustento. Por el contrario, si fehacientemente se prueba la comisión de actos contrarios a la ley, también debe haber consecuencias en términos de la propia ley, independientemente de cualquier circunstancia, pues el sistema jurídico mexicano no establece régimen de excepción en favor de quien tenga el estatus de candidato.
En fin, ojalá que la balanza se incline en favor de lo sensato sobre la estridencia; de la legalidad sobre la impunidad, y que los ciudadanos, libres y consientes elijamos el mejor destino para México

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