lunes, 12 de marzo de 2018

La leyenda del águila y el nopal Por: Akin Salver

Cuenta la leyenda que de Aztlán, sitio mítico que se cree está situado en el actual Nayarit o en alguna parte del norte de México, partieron siete tribus por órdenes de Huitzilopochtli, “el colibrí a la izquierda”, deidad nahua del Sol, quien les indicó que debían dirigirse hacia el oriente, en dirección contraria al atardecer, ya que ahí los aguardaba una tierra rica y fecunda en la cual hallarían su nuevo hogar. Entre las tribus se encontraban los tepanecas, que al llegar al Valle del Anáhuac fundarían la ciudad de Azcapotzalco; los culhuas elegirían la ribera oriente del gran lago de Texcoco y aún más lejos en la misma dirección se establecerían los chalas; los xochimilcas se instalarían en la ribera sur, y más abajo del cerro del Tepozteco habitarían los tlahuicas; por su parte, los tlaxcaltecas se decantarían por construir sus ciudades al otro lado de los volcanes.
 
Pero de todos ellos, el pueblo preferido por Huitzilopochtli era el de los mexicas. Fue por eso que a ellos habló personalmente, eligiendo a dos de sus guardianes, Cuaucóhuatl y Axolohua. Los hizo llamar poco antes de enviar a las demás tribus a su largo peregrinaje, y a ellos dijo: “En donde la tierra aparezca rodeada de agua, entre cañas y juncias, ahí estaré de pie, ahí reinaré”. Sin dudarlo, con fe ciega en que Huitzilopochtli guiaría su caminar, los mexicas partieron mucho antes del amanecer. Algunas noches después del blanco paraje, Huitzilopochtli visitó nuevamente a los mexicas, llamó a Cuaucóhuatl y a Axolohua, y así les habló:
“Han estado ya entre las juncias y los cañaverales, pero aún a sus ojos falta una señal más… han de hallar el nopal que se eleva entre las aguas, y entre cuyas espinas a su vez se yergue un águila con las alas desplegadas, que mansa se bate las plumas, que reina donde la tierra está rodeada por agua, que reina entre las cañas y las juncas… y cuando encuentren el nopal que el águila ha convertido en trono, ahí se detendrán, ahí sobre esa tierra se asentarán, ahí en esa tierra del nopal reinarán ¡Ahí levantarán la gran Tenochtitlan! Y desde esa tierra elevarán sus pechos al Sol y blandirán su flecha y su escudo para conquistar todo el Anáhuac”.
 
Acto seguido, Huitzilopochtli se desvaneció con la brisa. Cuaucóhuatl y Axolohua reunieron a todos los mexicas, ancianos, niños y jóvenes, y sin contener la alegría anunciaron las palabras exactas que acababan de escuchar de labios del propio Sol. Sin dudarlo un instante más, los mexicas apresuraron el paso, siguiendo el rastro blanco y la resolana del amanecer. El rumbo del oriente sonreía a los recién llegados de Aztlán: como si el dador de vida hubiese extraído del más hermoso de sus sueños la imagen que con tanto ardor anhelaba encontrar el pueblo mexica, ahí, frente a ellos, sobre un islote bañado por las aguas de Texcoco, crecía un nopal, y sobre el nopal se alzaba poderosa un águila que cortando con garras y pico la piel de una culebra, comía de su carne.
 
Ésta, ante el asombro de los mexicas, inclinó su cabeza en gesto reverencial, como quien da la bienvenida, como quien reconoce la victoria. El águila continuó devorando al áspid mientras Huitzilopochtli hacía una última aparición y anunciaba con su potente voz: “¡Mexicas, aquí ha de ser, aquí será! ¡Admiren su nueva patria, su nuevo hogar! ¡Aquí han de construir la gran Tenochtitlan!”.

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