lunes, 9 de abril de 2018

DESDE EL AULA Por: Prof. Julio Hernández Ramírez


Donde hoy está mi casa, era un pedregal lleno de un arbusto llamado “jarilla”. Ahí corríamos entre gritos y risas, libres, felices, inmunes y descalzos. Se nos pegaban los salsahuates en las axilas, en las conjeturas y en las partes más escondidas. Provocaban comezón y luego de la rasquiña se convertían en granos que se curaban con vaporub.

Más de una vez me rajé el pie con un vidrio o tronco, la sangre corría caliente, mientras todos gritaban: “se cortó, se cortó”. No se valía llorar. Al rengazo, llegaba a casa donde, luego del merecido regaño, mi mamá me curaba echando petróleo a la herida, me amarraba un pedazo de trapo y asunto arreglado.

Llegaba don Mauro a paso lento luego de la ruda faena en el cafetal. La fugaz comida, una ligera siesta para luego sentarse en una silla baja de palma en el corredor de la casa, se zafaba los huaraches de suela de llanta y correa de llanta y se quedaba quieto, su reluciente calvicie armonizaba con el brillo de sus ojos pequeños y la suavidad de si rostro franciscano.

Locos de inocente alegría, entrabamos y salíamos de su casa corriendo a grito tendido. Girábamos en rededor de su silla hasta casi arrollarlo y ni así lográbamos romper su quietud o provocar su enfado. Lo más que le oí decir fue un: “niños estense quietos”. Era mayo. Se rezaba el novenario a la Virgen María. A la segunda campanada se ponía sus huaraches y su sombrero en mano llegaba puntual a cumplir con el ritual de adoración a la virgencita, a la madre amorosa. No movía los labios seguramente seguía la letanía con su pensamiento claro y profundo, lleno de fervor y misticismo.

Trabajó siempre para el mismo patrón. Otro hombre trabajador, probo y justo que reconoció y premio la lealtad de don Mauro dotándolo de una parcela que a la fecha hacen producir sus hijos. Platican estos que su padre les confió que su patrón durante muchos años llevó a guardar el producto de sus cosechas con una familia “honorable” de Coatepec, puesto que no confiaba en los bancos, Murió, sus parientes acudieron con la familia “honorable” a solicitar la devolución de los capitales entregados para su custodia. Hecho negado. Felonía consumada.

No sé por qué, ni de qué murió Don Mauro. De niño pensé que una persona así no se moría nunca. Si no tuvo prisa para nada. Sigo sin entender esa urgencia por irse de este mundo. Tal vez le fueron revelados los misterios desconocidos para quienes vivimos con prisa, anhelando cosas en un cuento perverso de nunca acabar, viviendo en el desosiego, en la ansiedad, iracundos y ambiciosos. Se fue así, en silencio. Creo que sin dolor. Ahora pienso que Dios lo urgía. Su mundo no era este, él creo su propio mundo a fuerza de mucho pensar y poco hablar.

Su paso por este mundo no fue inútil. Su recuerdo perdura. Su descendencia ahí está. Tuvo ocho hijos, cuatro mujeres y cuatro hombre. La genética para ellos fue diferente, tres de sus hijas y dos de sus hijos, sin prole, lo cual fue compensado ampliamente con uno de ellos. Tuvo quince hijos y con la misma… esposa.

Es el más parecido a él, pero esa es otra historia que continuara, pues como dice Catón: “todas las historias continúan”.

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