De la tierra y de la historia.- Pasaron las celebraciones de semana santa; los campesinos luego de haber cumplido, como lo marca la tradición, con todas las ceremonias de este solemne periodo de reflexión y vigilia, de inmediato se reintegraron a las actividades de la finca. El lunes llegaron con renovados bríos a continuar con el chapeo del camino y a reforzar las cercas. Los calorones son mitigados con aguaceros que los toman por sorpresa, solo alcanzan a cubrirse con una hoja de plátano y corren a guarecerse a la galera más cercana. A las matas de café la lluvia les cae, literalmente del cielo, pues se encuentran en plena floración. Como la lluvia se prolongó, la amena charla hace la espera más agradable. El olor a tierra mojada motiva los recuerdos. No falta quién saca un aguardientito que se comparte con gusto “pa’ la mojada”. El sabio cortador permanece callado porque los años lo han hecho más friolento y más lento. Los huesos se endurecen con el frío y se apesanta el esqueleto. Pero su sabiduría, pareciera que retoña como las matas de café. Pensativo, el viejo cortador curtido por más recuerdos que ilusiones, responde a las inquietudes de los jóvenes del porqué de su melancolía. “A mi padre, en paz descanse, le tocó la bola”. Con ojos desorbitados, señal inequívoca de ignorancia, los jóvenes preguntaron sin hablar. “En el campo así le llamaban a la Revolución, el Tata nos contaba que le tocó la leva”. Más dudas y asombro. “Me contó la tristeza de la gente cuando se enteraron que habían matado al General Don Emiliano Zapata, el que verdaderamente luchó por la tierra y por los campesinos. El 10 de abril se recuerda esa traición de su compadre”… Cuéntanos de la Revolución viejo miliciano. “Mi padre me explicó que durante el Porfiriato, las grandes haciendas y la extensión de los latifundios, era inmensa, pues el 95% del territorio nacional estaba en manos del 1% de la población. Por ello, durante esa etapa armada iniciada en 1910, fueron las masas rurales de campesinos, indígenas, peones, vaqueros y demás trabajadores del campo, encabezadas por Emiliano Zapata y por Francisco Villa, las que ofrendaron su vida y tiñeron de sangre la misma tierra por la que lucharon. Así, los líderes de la Revolución y los Constituyentes de 1917, plasmaron en el Artículo 27 de la Constitución sus demandas históricas y anhelos más sentidos. Dicho artículo, junto con la Ley Agraria, señalaban, la propiedad total de la Nación sobre todos los recursos y riquezas nacionales, incluida la tierra, además, obligaban al Estado a repartirla para constituir los ejidos, cuyos integrantes gozarían de su usufructo, no de su propiedad, dándole al ejido el carácter de inalienable, inembargable e imprescriptible. Se trataba de evitar el resurgimiento de los latifundios, consolidar la integridad territorial, sentar las bases para el desarrollo industrial, lograr la independencia alimentaria y elevar el nivel de las empobrecidas masas rurales…”. Los campesinos, tal vez por el aguardiente o porque la lluvia cesó, se apresuraron a concluir la charla y regresar al rancho. Lo cierto es que no se atrevieron a preguntar más para no demostrar su ignorancia sobre Zapata, o lo que significó esa parte de la historia. El viejo zorro ya no les pudo explicar que ahora el campo produce muy poco porque permanece en el abandono, y están retornando los latifundios, pues hubo gobiernos que le dieron en la madre al 27. Ahora el negocio es importar todo, porque beneficia a unos cuantos, aunque la tierra solo produzca pobreza. Y pensó: “A ver qué candidato toma esa bandera…”
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