En la teoría democrática se busca, que los electores emitan su preferencia a partir del análisis de los candidatos, sus trayectorias personales y profesionales, los objetivos que ofrecen si llegan al poder y, sobre todo, los proyectos y medios para realizarlos. De todo eso puede surgir un voto racional que vincula medios con fines. Sin olvidar que la emisión del sufragio no siempre obedece a la razón.
En la realidad, pocos electores se conducen así. El voto libre y secreto permite razonar el voto. Además ya no existe voto corporativo y muy escaso voto duro, que es incondicional. El votante también tiende a hacerlo por motivos emocionales; su situación económica, social o profesional puede generarle resentimiento con la situación actual. Y también la esperanza de un cambio radical mueve el voto. En otros puede haber miedo al cambio con algún candidato en particular. De ahí que el análisis racional de los proyectos en concreto quede en segundo plano.
Estamos viviendo la era de las percepciones, en la cual el electorado decide con base en lo que percibe, sea real o ficticio; verdadero o falso, y con base en ello emite su voto. El electorado define su voto por emociones, sentimientos, instintos, humores, y otros factores alejados del razonamiento y el análisis estructurado.
Es importante que antes de ir a votar nos cuestionemos sobre las necesidades y requerimientos que tenemos y de ahí partir para investigar cuál partido o propuesta es la mejor opción para la situación actual del país. Ir a votar no significa pertenecer a un partido político, simplemente es un acto de participación.
Si bien es cierto, que el hartazgo social lleva a la desesperación por encontrar algún mesías, que traiga palabras de esperanza y misericordia para el pobre, también cierto es que los disparates de campaña no son aplicables en el ejercicio del poder. Y no podemos pasar por alto que, sea del color que sea, quien tome las riendas de la administración pública federal, tendrá que sujetarse a las disposiciones normativas, a los tratados internacionales y a las negociaciones propias de un mundo que vive en la conectividad.
En ese orden de ideas, el voto debe ser razonado en cada caso, ya que los candidatos presidenciales, a senadores, a gobernadores o legisladores no deben ser medidos con el mismo metro, ya que entre unos y otros hay marcadas diferencias en cuento a su quehacer político.
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