Ahora que recuerdo, todo sucedió de una manera un tanto imprevista. En el segundo año de mi vida laboral como profesor, llegué una escuela de las llamadas de concentración. Me aplicaron la novatada al asignarme un grupo de primer grado integrado con puro repetidor que presentaban problemas de aprendizaje; me apliqué, consulté y sufrí la frustración de volver cada día al punto de partida, pero también viví la emoción indescriptible, cuando después de marzo, se realizaba el milagro que de repente, un niño se soltara leyendo, algo tan hermoso que solo puede dimensionarlo quien ha tenido el privilegio de provocarlo.
El director de la escuela era un viejo profesor curtido y mañoso, irreverente y leal. Tenía varios lustros de ser el Secretario general de la Delegación del sindicato magisterial en Tierra Blanca. Su control era férreo, discrecional y discriminatorio, no obstante, aires frescos de cambio campeaban en la cálida comarca. Aun no tengo cierto el por qué, pero fui destinatario de su confianza y afecto, al grado que un día, ceremonioso, me invita a una reunión de suyo discreta y cerrada, donde solo tenían acceso una decena de maestros, en su mayoría mujeres, de la vieja guardia. El propósito de la reunión era determinar quién sería su sucesor en la dirigencia local del sindicato y acordar la estrategia para imponerlo. Fiel a su estilo, fue claro: es Juan Ruiz, me dijo. En dicha reunión, las cosas toman un giro imprevisto, las maestras dominantes y expertas sostienen la opinión de que el Secretario general debía ser yo. Me excuso con timidez y Juan declina generoso a mi favor; lo fui e inicié una ruta que me fue apartando de la docencia y la academia.
Consolidé una amistad con Juan que se hizo extensiva a la familia. Es un hombre cabal, muy echado para adelante, generoso, trabajador y bragado. Lo encuentro siempre y sabe que hay reciprocidad. Hemos trazado rutas juntos, reído hasta las lágrimas, también hemos sentido el aguijón de la amargura, compartido los triunfos y tropiezos de los hijos. Nos hemos curtido en el trabajo, en la esperanza, en la lucha franca, siempre derechos.
Es su cumpleaños, no sé cuántos, a quién le importa, sus amigos estaremos ahí para estrechar su mano recia, disfrutar de su buen humor y ocurrencias y claro, compartir un brindis por lo que se fue y por lo que viene, por lo que es, por el valor de la amistad.
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