Justo a los 16 años tomé la absurda determinación de escalar a como diera lugar la Montaña Maldita. Una montaña prácticamente inexcalable, muchos alpinistas habían muerto en el intento, y quienes milagrosamente habían podido regresar con vida, estaban en hospitales y tratamiento psiquiátrico. Nada ni nadie pudo convencerme de cambiar de opinión, estaba dispuesto a ser el primer montañista en demostrar que todo lo que se decía de la montaña maldita era un mito, una mentira absurda. Hubo un alpinista que aseguraba que había visto al mismo demonio vagando en los glaciares de la Montaña Maldita.
Ni las lágrimas y suplicas de mi propia madre consiguieron que recapacitara, estoy seguro de que mientras más me decían, mi soberbia crecía más y más. A esta edad se quiere uno comer el Universo a puños. Solo y mi alma me interne en los misteriosos glaciares de esta montaña, el primer día fue casi un paseo por el campo, tiempo extraordinario, la textura de la nieve, permitía un trabajo perfecto del crampón y del piolet. Decididamente me dije que la mala fama de la Montaña Maldita era una mentira, un mito verdadero. Si todo seguía así, calculaba, que solo era cuestión de días, para lograr llegar a la cumbre. Para regresar con la gloria.
Establecí una rutina diaria, me paraba a las 4 de la mañana y escalaba hasta las dos de la tarde, cuando el sol caía como una loza de fierro. Que irónica suele ser cualquier montaña, por la noche las temperaturas descendían bajo 0, y durante el día aumentaban de manera infernal. Ponía mi tienda de campaña individual, trataba de hidratarme y de comer, aunque la verdad, casi siempre cargaba la sensación de resaca, mareo y muchas ganas de vomitar. Las horas previas a la noche, hacia recorridos pequeños tratando de ubicar rutas alternas, para poder escapar de potenciales avalanchas. Todavía podía pensar con cierta coherencia y lógica. No tenía ni la menor idea del infierno al que iba a enfrentar más adelante.
La ruta se veía sencilla, y la cumbre siempre estaba cubierta de bruma, jamás pude verla, aun en días totalmente despejados, sin embargo lo simple se comenzó a convertir en algo más complejo, la pendiente se comenzó a convertir en un riesgo de caída. Tuve que hacer escalada mixta, escalar hielo y roca. Utilizando cuerdas y mi piolet, para poder seguir progresando. Comencé entonces a experimentar miedo e incertidumbre, la altura comenzó a hacer estragos en mi cuerpo, había menos oxígeno, mi organismo y la mente, comenzaron a traicionarme.
Una tormenta me encerró muchos días en la tienda, este encierro comenzó a afectar mi mente. Comencé a escuchar voces por la noche, gritos desesperados, que hicieron que a mí, ya perturbada, mente vinieran recuerdos de la película El Resplandor, donde un escritor, en la soledad de un hotel de verano, que cerraba durante el invierno, víctima de alucinaciones por el enfermizo aislamiento, termina enloqueciendo.
Comencé a perder la noción del tiempo y del espacio, una de aquellas noches, mientras el viento rugía enloquecido, vi perfectamente, cómo entraba mi difunto abuelo a la tienda, escuche como corría el cierre de la puerta. Tapó mi cuerpo, que hervía en temperatura, me dio agua con una cuchara, una sed lacerante me quemaba la garganta. Ya no tenía nada para comer, aunque no experimentaba hambre, más que aquella sed infernal. Aun en aquellas condiciones terribles, ya había perdido los crampones y el piolet, seguía en mi enfermiza y estúpida idea de llegar a la cumbre de la Montaña Maldita. Escuchaba a mi madre, pidiéndome que bajara, que me estaban esperando. Ya siendo un espectro, seguía subiendo, me arrastraba, vi cuerpos de muchos alpinistas muertos, impulsados también por un estúpido anhelo de demostrarle al mundo una valía, escalando la Montaña Maldita.
Hoy al recapitular mi vida, no sé cuántos días, meses o años estuve perdido, vagando en la Montaña Maldita del alcoholismo. Dios y doble A, me dieron la maravillosa oportunidad de regresar con vida de esta prueba tan difícil, la vida misma es como escalar montañas, las hay muy difíciles, se crece moral y espiritualmente al subirlas, son triunfos físicos y espirituales. No se vence a nadie más que a uno mismo. Y no es la cumbre la que marca el éxito o el fracaso. El éxito en la vida siempre será relativo, conozco personas que lograron gracias a su trabajo, constancia y talento, el éxito económico, pero no en sus vidas.
Te estoy viendo en la tele diciendo que eras, inseguro.
ResponderBorrarJamás lo hubiera creido, siempre creí que eras, un conquistador soberbio.
En la, secundaria eras galan
Me da, gusto que estes, supetado