Cada inicio de ciclo escolar, recibir el paquete de libros de texto significaba una emoción fantástica. El peculiar olor a nuevo, te agarraba de la nariz y te invadía completo; abrir un libro al azar y luego recorrerlo página a página te llenaba de alegría y rompía las amarras a la imaginación. Claro, la primera tarea consistía en forrarlos con papel de estraza o periódico, lo que hacía casi como un ritual acompañado de la mano y la paciencia de mi madre.
Maravillosas lecturas quedaron impresas, como con tinta indeleble, en mi memoria y recrearlas me transporta con el pensamiento a momentos que no volverán y a otros que no sé cómo serán. Revivo una que narra la historia de dos hermanos que habían recibido como herencia de su padre una vasija de barro. Al tiempo un hermano le dice al otro: “Considero justo repartirnos la herencia, te propongo que me vendas la mitad que te toca”. No, recibió por respuesta. “Entonces yo te vendo mi parte”. No, fue de nuevo la réplica. “Vendámosla y nos repartimos el importe de la venta”. No puedo comerciar el recuerdo de mi padre, fue lo que escuchó. “Está bien, que sea la suerte quien decida quién se queda con la vasija”. No pienso arriesgar en el azar lo que es mío. Abrumado el hermano, le pregunta: “puesto que no aceptas ninguna de las opciones que te expongo, ¿cuál es tu propuesta”? Que la partamos por la mitad y que cada quien tome su parte. “Hermano querido, si rompemos la vasija no le servirá a nadie, quédate con ella, renuncio a la parte que me toca”. No necesito de tu caridad, solo quiero lo mío. “Bien, pues rompamos la vasija como tú propones”. La desconcertante respuesta que obtuvo fue: “Eres un insensato al querer destruir lo que con amor nuestro padre nos legó”. Con tristeza, le dice, ya sé, lo que quieres es pelear.
Esta historia provoca la reflexión de que ante la necedad, la cordura puede agotarse haciendo imposible la construcción de cualquier acuerdo; nos recuerda también que siempre que hay bienes de por medio, la discordia puede estar presente alentando la ambición que si no se controla puede llevar a la comisión de actos contrarios a los valores y a las buenas costumbres, nos ilustra también sobre algo que es sumamente importante: para que haya pleito se necesita cuando menos dos.
No hay fecha que no se llegue. Cada día que pasa nos acerca al inminente relevo en el gobierno federal y en muchos gobiernos locales. La apuesta de muchos, entre los cuales me incluyo, es por el éxito. Que realmente el nuevo gobierno dé sentido a la esperanza que despertó en el pueblo mexicano. Nos queda esperar que la nueva mayoría se vacune contra la necedad que es una suerte de soberbia, para construir los grandes acuerdos que la nación necesita. Ojalá que la delicia del enorme pastel no se convierta en campo fértil para la discordia y la ambición desmedida que en el pasado reciente llevó a muchos al pantano del descrédito.
Aunque la legitimidad adquirida en las urnas da para mucho, hoy se necesita una buena dosis de cordura. Hay barruntos preocupantes. Ahí está la UNAM, con un riesgo de inestabilidad que puede adquirir dimensiones que se salgan de control. Requiere atención. Si descalificar desde las gradas en su momento fue rentable, ahora resulta totalmente inútil.
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