martes, 18 de diciembre de 2018

DESDE LA FINCA - Por: El Cortador



Cosecha, lluvia y perros.- Cuando la lluvia sorprende a los cortadores en plena faena, no les queda de otra más que continuar con su labor aguantando la mojada. El gusto por el corte, la constante movilidad de las manos, el ir arrastrando la lona cada vez más pesada y el entusiasmo de ir llenando los tenates, hacen que la pertinaz lluvia se ignore por momentos. Ya mojados, no queda otra que seguirle, esperando que se pase pronto. Pero es diciembre y los frentes fríos anunciados hacen presencia en la zona y esa lluvia es de las que no se quitan. La temperatura baja y el frio se hace más intenso. No queda otra más que salirse de la finca y emprender el regreso. La “pesada” se hace lenta pues las manos se entiesan y el café se apesanta. La lluvia sigue. Emprenden el regreso pues ya no es posible permanecer en la finca que transpira olor a miel y a tierra mojada. El olor de la cosecha se percibe en los costales, en el sombrero, en la ropa y en el recuerdo. Llegan a la aguadera de las primeras casas y se sientan a departir. Un trago de aguardiente pa’ la mojada hace del medio día una rato apacible y cordial. Así es este tiempo, hay que convivir con la lluvia y aprovechar los ratos secos. Los campesinos saben disfrutar del sol y también del lluvioso temporal. El viejo campesino curtido por muchos otoños y forjado por innumerables solsticios, recuerda que de niño la niebla duraba por semanas: “No alcanzabas a ver ni a veinte metros y permanecía varios días sin que pudiéramos salir del jacal”. Todos le ponen atención, hasta el viejo perro que le acompaña se enrosca al pie del grupo para calentarse un poco, huele a perro mojado, pero está atento a todo. Le dan un pedazo de erizo hervido que el perro, flaco y enjuto, disfruta con gusto. El firulais ha sido un leal compañero por muchos años. Como todo perro de campo, no es bonito pero es bueno para cuidar, come de todo, no se enferma, no le tiene miedo a los cuetes, bueno pa’l animal, bravo, fiel y buen vigía. El viejo soberano de los cafetales, el dignatario del conocimiento pragmático, lo observa y le hace una caricia en la cabeza, se dirige al podenco con ceremonioso discurso que todos escuchan: “Este amigo simplemente cumple su misión para lo que nació. Hace todo para lo que está diseñado. Ahora los perros de ciudad son muy pendejos, los han humanizado y están alterando su instinto. La gente ignora que desde la prehistoria existe asociación entre estos mamíferos descendientes del lobo y el ser humano. Cuando el hombre se dio cuenta de que era un compañero de caza muy eficaz se creó una relación que ha evolucionado hasta hoy. Se cree que esta domesticación se dio en Europa hace 20.000 años, a finales del Neolítico, dando lugar a la especie que hoy conocemos como Canis Lupus familiaris. Pese a que todos los perros actuales tienen un antepasado común, hoy en día se conocen alrededor de 800 razas distintas con tamaños y fisonomías muy diferentes y originadas a partir de la selección artificial por el hombre. Cuentan con muy buen oído, por eso escuchan ondas de baja frecuencia que los lastima, como los cuetes, no es que les tengan miedo; y el sentido del olfato muy desarrollado, siendo esta la herramienta su mejor cualidad como cazador o rastreador, pero también su capacidad de socialización reconociendo olores familiares. Su atributo especial es su lealtad, se mueren contigo en la raya…” Todos guardaron silencio como recordando cada uno, que conocen un perro de alguien que raya en lo ridículo: que lo visten, que duerme con el dueño, que se enferma si se moja, miedoso e inútil. Pero no dijeron nada para no ofender al valiente y fiel compañero que orgulloso se rasca y mueve la cola…

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