domingo, 20 de enero de 2019

Cerca del Cielo Por: José Ramón Flores Viveros


Amor a primera vista.-



Con frecuencia recuerdo cuando Ricardo Torres Nava me compartió, cuando vio por primera vez el Iztaccíhuatl y el Popocatépetl. “Fue amor a primera vista”; tenía entonces escasos 13 años, el primer latino y mexicano en la cumbre del Everest, escalaba con quien fue su primera maestra en montaña, la “Tía Olga”, no lo era, pero así le decían todos de cariño.

Lo de amor a primera vista, también me hizo recordar, cuando inventé salir la primera vez fuera de México a escalar y en automático pensé en el Cotopaxi de Ecuador, una hermosa montaña de los Andes ecuatorianos; el medico xalapeño Mario Rizo Campomanes, a quien debo conocer a Ricardo Torres Nava, alguna vez me regaló una postal de este nevado. Una grafica de una belleza conmovedora, se aprecian unas llamas pastando en los gélidos pastizales andinos y al fondo impresionante el Cotopaxi. Desde que vi la postal, algo me dijo que algún día tendría la oportunidad de hacer esta montaña. 

Aquella salida jamás lo podré olvidar. El Aeropuerto Internacional Benito Juárez, es grandísimo, era mi primera salida al extranjero y me sentía todo nervioso y asustado. Viajaba solo y mi alma a Quito, sin conocer a nadie en aquella ciudad, solo una dirección anotada en un papel del Hotel Gran Casino Colonial, que me había sugerido el alpinista internacional Héctor Ponce de León. Estando en la sala de espera conocí un matrimonio de edad avanzada, originarios de Ecuador, el doctor Sixto Proaño y su esposa. Regresaban a su país después de pasar las fiestas decembrinas en México con sus hijos, exiliados por activismo político. 

Al realizar la conexión en Costa Rica, que se prolongó más de una hora, pude conversar ampliamente con ellos, estaban muy agradecidos con nuestro país por haber dado asilo político a sus hijos. La señora se mostro muy preocupada al darse cuenta que era un aventurero. El hotel, me dijo don Sixto cuando le mostré la dirección y el nombre, está ubicado en lo que denominó “El Tepito ecuatoriano”, algo que me preocupó mucho. De manera espontanea y generosa, me propusieron que me hospedara en su casa. Y así lo hice, al día siguiente después de invitarme a desayunar, en su vehículo me llevaron a buscar un hotel, recuerdo que la señora supervisó personalmente varios lugares, hasta que llegamos al Hostal Coqui, donde ella se dijo complacida con el precio y las condiciones de la habitación. Luego me llevaron a cambiar mis cheques de viajero por moneda ecuatoriana.

Jamás y nunca podré pagar la bondad y amistad de este matrimonio. La esposa de don Sixto, también se mostró muy preocupada de mi intención de subir Cotopaxi, ya que solo meses anteriores había sucedido un terrible accidente en esta montaña, una feroz avalancha había matado a muchos alpinistas, recuerdo haber visto en su mirada, la preocupación, por mi suerte, de una madre.

Cuando me subieron una televisión al cuarto, lo hizo de manera personal el gerente del hotel, quien se enteró del motivo de mi visita a su país. También muy preocupado, me recomendó que tuviera mucho cuidado al escalar el Cotopaxi. Me platicó que uno de los alpinistas muertos en la avalancha de la montaña, era de nacionalidad francesa y que se había hospedado en el hostal. Que había dejado guardadas unas pertenencias, que la familia del difunto escalador había recogido días antes de mi llegada. El cuerpo no había sido encontrado. El empleado del hotel mostró una sincera pena por el dolor de los familiares. Recuerdo que pensé en la bronca y el dolor en que metería a mi familia si algo me sucedía en la montaña.

Cuando llegué de manera fortuita a la agencia de alta montaña de Eduardo Agama, aquel mismo día, al entrar de inmediato le platiqué de mi intención de escalar el Nevado Cotopaxi, volteaba viendo hacia la entrada como si esperara a alguien, entonces me dijo, “donde están tus amigos”, pensando que viajaba con algún grupo, cuando supo que iba solo y mi alma, tuvo una expresión de verdadero asombro. No lo podía creer. Me vio como si no estuviera en mis cabales. Estos recuerdos al ritmo de la rutina diaria, siguen haciendo posible la confección de este intento de columna. 

Solo puedo seguir expresando mi gratitud sincera para quienes, con su bondad, siguen haciendo posible esta columna, también mi gratitud eterna a quienes le dispensan su valioso tiempo para leerla. Un 2019 de mucha salud.

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