De Santos y de animales.- De camino a la finca con un clima frío pero que permite aprovechar la mañana para ‘el corte’ que está bueno, los campesinos van comentando sobre la festividad de San Antonio Abad que fue el pasado 17, que como una costumbre añeja que se ha ido perdiendo, se realizó la tradicional bendición de animales. “¿Quién fue San Antonio, Abuelo?”, pregunta un joven campesino al viejo sabio de las cañadas, al docto patriarca curtido por muchas lecturas y más reflexiones, que ni tardo, le explica, sin dejar de caminar a paso rápido: “Antón Abad nació en Egipto, África, en el año 251 d. C. y murió en el 356 d. C. Fue un monje cristiano que fundó el movimiento de los ermitaños. La palabra ‘Ermita’ viene del griego que significa ‘del desierto’. Se le considera el padre de la vida monacal cristiana, es decir, el creador de la figura del ‘monje’, patrón de los animales y de los sepultureros. Por eso aún se conserva la costumbre de llevar a bendecir los animales”… Casi llegando al surco y preparándose para entrarle de lleno a la pepena, el mismo curioso joven cortador, comenta que Don Carmelo llevó a bendecir a su vieja mula. A lo que, ya encarrerado con su alocución, el venerable anciano autodidacta, se adentra en explicar sobre tan singular équido híbrido y estéril: “La mula está enraizada en la profunda memoria de las regiones. Durante varios siglos contribuyó a la integración de ranchos y pueblos y a desarrollar el tejido de las relaciones económicas y culturales. Ha estado presente en todo el movimiento comercial; a partir de la economía cafetera, creó un mercado interno uniendo fincas, caminos, ríos, pueblos, centros de acopio, estaciones del tren y ciudades. Durante todo el siglo XIX, y buena parte del XX, los comerciantes y los empresarios encontraron en la arriería la base para las transacciones: recuas que transportaban alimentos, mercancías y maquinarias por toda la telaraña de caminos. Pero la mula era el animal más cotizado en la arriería, con mucha ventaja sobre el caballo, el burro, la yegua y el buey. Además, para los caminos difíciles, especialmente en invierno, los viajeros preferían la seguridad que ofrecía la mula”... Aunque ya metidos de lleno a la recolección de los rojos granos de café cereza en medio de los tupidos surcos, le piden que continúe con tan interesante relato. A lo que el viejo arriero de los cafetales prosigue: “Aunque ha perdido vigencia la mula, todavía en ocasiones la vemos acompañando a los campesinos por fincas y veredas transportando carga, aunque ya son muy pocas. Desaparecieron las grandes muladas y recuas, pero seguimos escuchando los cascos de la altiva y maliciosa mula pisando firme por la arrugada geografía cafetalera. La arriería se consolidó en muchas regiones del país cuando se fue imponiendo la economía cafetera hacia 1808. Este año significó un nuevo auge de las mulas, con la llegada del café a esta zona. De este modo, a mediados del siglo XX, las nuevas vías de comunicación, impulsadas por la economía cafetera, la agricultura moderna y la industria, fueron estrechando la arriería y las mulas quedaron reducidas a transportar café, caña, papa y madera, de las fincas a las veredas, al pueblo o a la carretera y en jornadas cortas. La mula disminuyó su participación en la economía nacional, pero no ha pasado de moda, sigue siendo un símbolo y una realidad. Y aunque no lo crean, está en peligro de extinción y ningún animalista lucha por ello”… Todos los cortadores continuaron con su ardua labor, pero callados reflexionando sobre cómo es posible que al anciano enjuto se le ocurran tantas soflamas…
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