Triste y lamentable, en verdad, la tragedia ocurrida en Tlahuelilpan, estado de Hidalgo el viernes de la semana pasada; sin embargo, es solo una arista de un problema que fue creciendo, no solo en Hidalgo sino a nivel nacional.
La explosión ocurrida el viernes en Tlahuelilpan abre nuevamente la cloaca del huachicoleo, un monstruo de mil cabezas que desde el poder se alimentó. Exfuncionarios federales, bandas de ladrones de combustible que nadan en la impunidad y ciudadanos lamentablemente involucrados como carnada, son, en ese orden, los artífices de la desgracia de San Primitivo. En el huachicoleo se entretejen historias de corrupción y miseria.
La falta de oportunidades para que la población salga adelante sin tener que robar y su irresponsabilidad, nos trasladan a la escena que vimos arder por casi cinco horas. No se trata de criminalizar a las personas fallecidas. Sino de que la ciudadanía haga conciencia de los riesgos que implica saquear el patrimonio nacional de manera irracional como demuestran los videos previos a la tragedia.
Entonces, ¿cómo enfrentar el problema luchando frente a la masa obstinada? No hay más, cambiando el ‘chip’. Renovar la idiosincrasia. Cargar combustible de manera lícita es ahora más caro y complicado, sí, pero solo de esa manera se podrá garantizar el patrimonio nacional. No se equivoca el presidente de la República cuando pide hablar con la ciudadanía para girar el modus vivendi, seguramente los huachicoleros no dejarán el negocio para vender tortillas, pero ciertamente la cuarta transformación no llegará si no existe conciencia social.
El robo de combustible es un cáncer con muchas ramificaciones. La tragedia de Hidalgo fue solamente un síntoma de varios que están corroyendo el tejido social del país. La explosión también fue una combinación de factores: no solo fue la falta absoluta de conciencia de las cientos de personas que acudieron con sus recipientes a robar combustible de una fuga de gran magnitud, también fue la apatía gubernamental de varios sexenios y la normalización de la cultura delictiva en vastas regiones de nuestra nación.
El resultado de esos factores derivó en la explosión. El hecho, por otra parte, ocurrió cuando el gobierno de López Obrador decidió concentrar fuerzas en el combate al huachicol. Este hecho puede reforzar la aceptación de la estrategia federal que aún continúa provocando molestias entre ciudadanos; pero también será combustible para sus enemigos. De inmediato comenzó la rumorología sobre una supuesta responsabilidad del Ejército en la tragedia. La crisis del robo de combustible explotó y ya no hay para dónde hacerse. Ojalá que esta tragedia sensibilice a la población que robar combustible, no es un juego ni debe dar lugar a la chacota.
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