martes, 5 de febrero de 2019

Cerca del Cielo Por: José Ramón Flores Viveros

Un buen marino, no se hace en un mar tranquilo.

Abrir huella es un concepto que se maneja en el montañismo, cuando el guía o alguien asumen la delantera de un grupo. Es una gran responsabilidad y exige el conocimiento de la montaña y de sus rutas para llegar a la cumbre. Ser guía de alta montaña exige nervios de acero y una condición física de autentica excelencia. 

Andrés Delgado era un auténtico guía profesional, aunque también tenia su carácter, recuerdo cuando guio a un grupo de altos directivos de Nestlé en el Pico de Orizaba, me invitó a que lo acompañara, subimos aquella madrugada sin lámparas, ya que, por olvido, no las bajamos en Piedra Grande de la camioneta de Canchola. Llegamos al glaciar aclarando el día. Andrés supo, su intuición y conocimiento de guía, que el ascenso sería muy lento, que si se prolongaba demasiado existía el riesgo de que nos sorprendiera la oscuridad en el regreso. 

También nos acompañaba su papa don Santiago Delgado, con quien emprendí el ascenso, Andrés tomó su paso con los clientes. Su papa montañista y aficionado al buceo, hacía gala de una gran fortaleza física. Comenzamos a dejar atrás al grupo. Orgulloso recuerdo que me platicó, que algunos años antes, con la nieve cristalizada casi en la totalidad del glaciar en el mismo volcán, los clavos de acero de los crampones, apenas se incrustaban en el peligroso terreno. Todos los alpinistas, ante el peligroso panorama, escalaban solo una parte, tomando la determinación de regresar al poco tiempo, al ver la placa de concreto. Era un peligro potencial. Don Santiago y su compañero de aventura, jugándose la vida prácticamente, fueron los únicos en hacer cumbre aquel día. Me lo platicó, mostrando mucho orgullo por su difícil y peligroso ascenso. Le pregunté por qué se habían expuesto de aquella manera y, me dijo algo que jamás olvidare: “Ramón, un buen marinero, no se hace en un mar tranquilo, se hace en las tormentas”. Sin sentir, llegamos a la mitad del Pico. Ahí esperamos a que nos alcanzaran; cuando llegaron, Andrés le dijo a su papa, que ya era suficiente para él, que regresara y me pidió que lo acompañara.

Don Santiago se estaba preparando para subir el Aconcagua con Andrés, andaba muy emocionado y en broma, decía que su hijo tenía la resistencia de una mula y que se tenía que preparar bien para la montaña más alta de América. Al ir descendiendo, me preguntó apenado si quería hacer cumbre, le dije que sí, entonces me pidió que me regresara, que bajaría con cuidado, que no me preocupara. Ya habíamos bajado un tramo largo, comencé a subir nuevamente. 

Arriba el grupo se había dividido en dos, tres clientes, los más fuertes, con Andrés casi se perfilaban sobre el cono del cráter, y la otra parte, a cargo de otro guía que apoyaba a Andrés, subían penosamente. Los alcancé, no me explico de donde saque tanta fortaleza aquella ocasión, sin embargo, su ritmo era muy lento, y me pude haber ido solo, no tengo la menor duda de que hubiera llegado a la cima sin problema alguno. Pero decidí subir con ellos. Se habían quedado rezagados, el guía de apoyo, dos clientes y una prima de Andrés. Estábamos ya en lo mas alto del Pico. De manera sorpresiva, la muchacha, fue victima de un ataque de pánico, subían amarrados a una cuerda. Al borde de un colapso, les pidió que nadie se moviera, quedo paralizada por el miedo. El guía pudo tranquilizarla, había que regresar, no había más. Mientras se va subiendo, sin voltear, la mente trabaja viendo hacia arriba, pero cuando se voltea hacia la pendiente, hacia la caída, es común caer en pánico. Conforme giraba su cuerpo, la muchacha, al ver la impresionante caída, con la voz quebrada por el miedo, pidió nuevamente que nadie se moviera. Fue toda una extenuante labor, hacer que la muchacha comenzara a descender que se sintiera segura de no rodar, hacia la pronunciada pendiente. Fue muy agotador, llegamos al principio del glaciar, casi cuando ya oscurecía. Quitarnos los crampones fue un sacrificio. Las sombras nos cubrieron y sin lámparas, todavía con un tramo de piedras sueltas por descender, para llegar al albergue. 

Comience a dejarlos atrás, deseaba llegar al albergue dejar mi mochila y regresar a buscar a Andrés con sus clientes, quienes no daban señales. Regresé nuevamente, al ir subiendo escuché voces arriba, era todo el grupo, Andrés cargaba sobre sus espaldas a uno de los clientes. Me pidió que tomara su mochila. Pesaba horrible, Andrés era un guía fuera de serie. Tenía una resistencia física insólita.

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