martes, 5 de febrero de 2019

EXPRESSO CORTADO - Por Gilberto Medina Casillas

Irrigar el raciocinio.

He ido por la vida aprendiendo y enseñando, recordando y olvidando. Y siempre, realmente a partir de mis ocho años de edad, he concebido al raciocinio como una cualidad humana incomparable.

Seguramente Carl Sagan coincidiría conmigo en que la “aparición” del “neocortex” (corteza cerebral) donde habitan las neuronas, llamémoslas pensantes, es el salto cualitativo en la evolución de la especie, dando inicio al raciocinio.

El raciocinio conlleva conciencia de sí.

El raciocinio enfrenta problemas y deduce o intuye soluciones.

El raciocinio acomoda las cosas como causas y efectos.

El raciocinio sabe, de algún modo, que el tiempo avanza hacia adelante, hacia lo posible.

El raciocinio para tomar decisiones necesita información, antecedentes, situación, con esta información puede hacer pronósticos de qué pasaría si tal o cual acción se realizara.

El raciocinio es el hablante cuya voz resuena acolchonada dentro de nuestra cabeza, en el cerebro, con la corteza encendida.

Sea pues el raciocinio.

Y al cabo, al raciocinio le da por hacernos pensar que somos él. Es cuando llegan las emociones, de origen enteramente animal, a rescatarnos del divagante raciocinio.

Ahora bien, lo anterior nos lleva a considerar que el “egoeimé” de los griegos (yo soy yo mismo) es una facultad del alma. Lo cual, nos permite responder a la pregunta ¿quién eres?

Yo, soy físicamente un hombre e, intelectualmente, Gilberto.

(Primera de tres partes)

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