lunes, 1 de abril de 2019

DESDE LA FINCA Por: El Cortador



Armonía y responsabilidad.- Abril está por iniciar y con el cuarto mes del año la floración se hace exuberante en esta zona de tierra fértil y de clima generoso. La primavera brinda bellos amaneceres, miles de verdes tonalidades, luminosas flores, hermosas melodías naturales y la esperanza de que el ciclo que inicia, también proporcione lo necesario para una buena cosecha. Los cafetales se visten de blanco y de ilusión. Las matas de café reconocen sus tiempos y sus periodos. Renacen, se vuelven a vestir de gala para brindar su abundancia. Todo a su tiempo. Los campesinos realizan tareas propias de cada etapa: el chapeo del camino y el azadón donde entre surcos. Algunos árboles son derramados para regular la sombra. Todo es un equilibrio, todo se regenera. La gente que vive en el campo disfruta de esta natural armonía, es gente generosa y cordal, se cuidan entre ellos y conservan los valores inculcados por sus antecesores: respeto, trabajo, humildad, generosidad. La vida en el campo es diferente a la de la ciudad, aunque el trabajo es duro, la tranquilidad lo compensa. El viejo cortador curtido por el tiempo y el trabajo, con tijera de apodar en mano, realiza su labor callado y con esmero. Quienes lo observan, se extrañan por su silencio. Uno de los jornaleros no se queda con la duda y le pregunta: “Abuelo, ¿Qué te pasa, te ves pensativo, tienes algún problema? A lo que el zorro de los montes y cafetales, intelectual pragmático de la vida, sin dejar de mover diestramente las manos, explica: “Es que el domingo fui a la ciudad, teníamos que comprar varias cosas en el mercado y dedicamos parte de la mañana a hacer algunas compras. Me impresionó el cambio que ha tenido la gente en los últimos años. A diferencia de los que vivimos en rancho, la gente de ciudad ha cambiado. Pareciera que vive con miedo, hay retenes y policías por todos lados, pues se dice que ha crecido la inseguridad. Pero la gente es indiferente, no le interesa lo que le pasa al vecino a los de su cuadra. Vive a un ritmo acelerado olvidando la sana convivencia que significa estar atentos unos de otros”. Por un momento deja de hacer ruido con la tijera y con expresión adusta, se dirige a quienes lo escuchan cerca: “La gente le echa la culpa de todo a las autoridades, pero no se dan cuenta que ellos generan muchos de los problemas. El tráfico es un desorden, pocos son respetuosos de los reglamentos, pero culpan a la autoridad. Hay mucha basura, los botes llenos de ese plástico blanco blandito donde envasan de todo, dicen que es muy contaminante. Pude platicar con algunos amigos y se quejan de que la autoridad no hace nada, que crece la delincuencia, que hay mucho tráfico, que la basura permanece en las calles… pero al preguntarles si han hecho algo, solo se miraron entre ellos aceptando que no han hecho nada para corregir eso de los que se quejan. Es curioso ver que le dan más importancia a las mascotas que a sus ancianos. Los jóvenes están más conectados con el teléfono que con su familia. Hay muchísimos taxis que se pelean el pasaje invadiendo rutas y nadie los limita. Algo está pasando con la gente que se ha hecho indiferente y desconfiada. La urgencia de tener rebasa a la importancia de ser. Se ignora que las cosas pueden cambiar con ideas y voluntad. Se ha generalizado la idea de estar en contra de todo. Es preocupante porque la sociedad se está deshumanizando. Eso que llaman redes sociales, no son otra cosa que un verdadero lavadero de chismes, calumnias y falsedades. Crean pánico y están formando la conducta de la gente. Cualquiera se siente periodista, crítico y hasta filósofo. Alguien debe hacer algo para orientar a esta sociedad temerosa, desconfiada y susceptible de ser manipulada”. Ya para entonces había dejado la tijera de apodar de lado y se estaba pelando una naranja, pero sin quitar de su rostro esa mirada de preocupación, de pesadumbre...

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