lunes, 1 de abril de 2019

Columna 33 Por: Carlos Lucio Acosta


Lo que se venía venir, llegó. El narcotráfico tomó por asalto al estado de Veracruz. En menos de lo que canta un gallo de palenque, entró por la puerta principal sin la menor resistencia. Los presuntos sistemas de seguridad municipal, regional y estatal, fallaron de pies a cabeza pasando por el abdomen.
Las acciones de uno de los tres grupos delictivos más peligrosos del país, no se dieron en respuesta a operativos de las Secretarías de la Defensa Nacional, de Marina, Policía Federal o de la Guardia Nacional, sino por la muerte de tres de sus integrantes en el municipio de Misantla, capturados por elementos de la secretaría de Seguridad Pública de Veracruz. De acuerdo al texto de las mantas colocadas en pasos a desnivel y peatonal en diferentes ciudades de las zonas centro y sur del estado, la organización delincuencial fundada por Nemesio “El Mencho” Oseguera Cervantes en el 2011, está molesta por la forma en que mataron a sus miembros activos, quienes ya se habían entregado a las fuerzas policiales.
El narcobloqueo de carreteras, el incendio de vehículos y el ataque a instalaciones regionales de la Secretaría de Seguridad Pública de Veracruz, es a todas luces una frontal y decidida declaratoria de guerra a la citada institución.  La situación local se vuelve mucho más insegura por la naturaleza del evento en el que el presunto personaje principal es el Cártel de Jalisco Nueva Generación (CJNG), el cual en el país mantiene presencia en varios estados y en extranjero. 

Urge analizar con frialdad la dimensión del conflicto, tomando en cuenta que las fuerzas armadas en combinación con las áreas de seguridad pública de los estados, no han mermado las actividades del narcotráfico en un periodo de doce años continuos. Traer al escenario las palabras pacto, negociación, acuerdo, tratado, arreglo o convenio, no es síntoma de flaqueza ni debilidad, sino de inteligencia suprema, sabiduría y conciliación.
Sostiene Guillermo Valdéz Castellanos en su obra ampliamente documentada “Historia del narcotráfico en México” que el trasiego de la droga en el país inicia con la llegada de migrantes chinos a la zona de Sinaloa en 1926. El naciente mercado demandaba el consumo de drogas básicas como la marihuana o la amapola. Los mexicanos del norte del país desplazaron a los orientales por medio de la violencia para asumir el control absoluto de la siembra, cultivo, cosecha, comercialización y distribución del producto.
El negocio prosperó -escribe el director del Centro de Investigación para la Seguridad Nacional (CISEN), durante los primeros cinco años del gobierno de Felipe Calderón Hinojosa-, gracias a los acuerdos de los líderes de los cárteles y cuerpos policiacos. De 1926 al 2019, suman 93 años de tratar por arriba y por abajo con los pioneros, descendientes y uno que otro “colado” de la hoy poderosa industria del narcotráfico y sus derivados.
¿Vale la pena continuar con el juego macabro durante los próximos sexenios y trienios? ¿Seguirán poniendo las balas y las armas los Estados Unidos de Norteamérica y el dinero y los muertos los Estados Unidos Mexicanos? Los perjudicados por la violencia claman por la pacificación del país, pero los beneficiados con la continuación de la guerra, la rechazan. Es la hora en que surja la tercera persona, para poner orden y a cada quien en su respectivo lugar.
La formación de las llamadas Guardias Comunitarias y la práctica de linchamiento a delincuentes, demuestra que amplio sector de la población llegó al hartazgo de la inseguridad, de la impunidad y de la corrupción. ¿Qué esperamos? ¿Otra revolución armada? 

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