Éxtasis y milagro al estar Cerca de Dios.
“La cima se asomaba de manera intermitente, entre el manto blanco y espeso de las nubes. Me aseguré al piso de cristal y nieve con los crampones y el piolet. Se escucho el sonido metálico de los instrumentos. El silencio es roto por mi violenta y agitada respiración. Cada movimiento, me cuesta casi el alma, ahora despojarme de la mochila es otra maniobra de precisión, si se me llega a chispar, saldrá volando hacia la pendiente. Mientras la sostengo con una mano, con la otra busco la cámara fotográfica, en una de las bolsas laterales”.
En la verticalidad, acomodarse para tomar una fotografía, se convierte en toda una proeza, pero que no lo es en estas condiciones. Tomar agua, consumir alguna golosina, hasta para adoptar una actitud pensativa hay que encontrar una posición acorde.
“Después de conseguir una foto exclusiva, a muchos metros de altura, de una profundidad y belleza única, ya comienzo a experimentar, el éxtasis y la adrenalina de llegar a la cumbre. La expectación de cumbre, también el miedo, es algo único conforme se va uno acercando a ella”.
El éxtasis que provoca la cumbre de una montaña, es algo difícil de explicar con palabras. Recuerdo el éxtasis que me provocó -cuando llegué a los 15 años de edad- la cumbre del Cofre de Perote. No puedo negar, que también surge un sentimiento encontrado, de rechazo y de negación. Pero el éxtasis se impone a ese rechazo natural al sufrimiento que antecede, a subir una montaña.
Cofre de Perote fue la primera cumbre oficial de alta montaña, y donde también supe que era un sueño que no se agota con esa primera cumbre, aunque la lógica decía que debió ser el inicio de más montañas, fue el inicio de toda una pesadilla macabra en mi vida. Mi primer contacto a los 16 años con el alcohol, y una cadena de sufrimiento y dolor, que por poco y termina con mi vida.
Fueron 13 largos años de vagar como un autentico espectro, un fantasma por la vida. Pero justo a los 29 años de edad sucedió un milagro conmigo, Dios, la vida y doble A, me dieron una nueva oportunidad. La montaña fue el camino.
Fue en Ecuador, poco antes de llegar al Parque Nacional del Cotopaxi. Por mera casualidad, sin proponérmelo, me vi hablando de mi adicción al alcohol. Rodeado de alpinistas de varias nacionalidades. Habíamos parado en un lugar para comer; el guía, Eduardo Agama, ordenó cervezas para todos. Cuando vi enfrente de mí una cerveza helada, de manera simple me negué y alguien tuvo curiosidad por saber por qué no tomaba.
Después, estando ya en la montaña, uno de los guías, Cosme León, se acercó, con evidente pena, me confesó que también era alcohólico. Lo comprendí a la perfección cuando me dijo que su vida era un infierno. En aquellos años Cosme había escalado de manera exitosa el Huascarán de Perú. Esta montaña es una de las montañas más duras y difíciles de escalar de Sudamérica. Su cumbre Sur, solo ha sido conquistada por alpinistas osados y expertos. También han sido muchos los escaladores muertos, la mayoría casi desintegrados por sus feroces y violentas avalanchas. Yo estuve ahí en 2003, hay muchas placas al inicio de la montaña. Con nombres de alpinistas que jamás fueron encontrados, sus teléfonos y referencias, por si alguien en la montaña llega a encuentrar los cuerpos. El ecuatoriano, ya había estado internado en granjas para alcohólicos, sin embargo, no podía con la adicción.
Años después regresé a Quito, Cosme seguía en el infierno del alcohol, escalaba y conquistaba, montañas casi imposibles. Sin embargo, La Montaña Asesina (Don Alcohol), estaba acabando con él.
***Un abrazo para mi padre Don Ramon Flores Méndez, quien ya se encuentra cerca del cielo, cerca de Dios.
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