Siendo Secretario General de un sindicato del ramo educativo de cobertura estatal, tenía por costumbre llegar a la oficina a las 7 de la mañana. Me recibía el conserje, Lorenzo se llamaba, quien luego del riguroso saludo y ofrecerme el café por él preparado, me decía: “profe, hay que conocer la historia”. Había en su rostro cierta picardía y en expresión una fina ironía que emergía de un sutil sentido del humor. Supe luego que su dicho diario “hay que conocer la historia” hacía referencia a la profesora, la jefa, como le decía él, que lo repetía en cada ocasión con tanta insistencia que a muchos, sin que lo dijeran, les chocaba, pues era obvio que el ánimo de querer establecer verdades sobre la base de la repetición inútil de mentiras.
En algo tenían razón ambos. Hay que conocer la historia para una comprensión más puntual de aconteceres actuales. Una mirada a galope de la historia patria nos muestra cómo en diferentes momentos han existido personajes con perfil de caudillos megalómanos y mesiánicos, que han pretendido perpetuarse en el poder: Santa Anna, “el Seductor de la Patria”, y sus once presidencias; el dictador democrático Benito Juárez, de quien el ilustre Emilio Rabasa, dice: “asumió todo el poder, se arrobó todas las facultades, hasta darse las más absolutas, y antes de dictar una medida extrema cuidaba de expedir un decreto que le atribuyera la autoridad para ello, como para fundar siempre en una ley el ejercicio de sus poder sin límites (Enrique Krauze.-“Siglo de Caudillos”).-cualquier similitud con la actualidad es fatal coincidencia; Porfirio Díaz y su larga dictadura, quien teniendo una visión de país, no supo qué hacer con los pobres; Plutarco Elías Calles y su maximato.
Cuando parecía que estos escarceos con el autoritarismo eran cosa del pasado y que los delirios por el poder por encima del estado de derecho había sido desterrados, nos sorprende el Congreso Local de Baja California Norte cuando alteran el texto constitucional para ampliar el periodo del gobernador electo de dos a cinco años, violentando la soberanía popular en una aberración política y jurídica a todas luces inmoral.
La vulgaridad de esta escaramuza con la cual se pretende “medir el agua los camotes” no pasaría de ser una anécdota de antología si no fuera por el grave precedente que establece. Si la sociedad no se manifiesta con energía, si la oposición no asume su papel con gallardía y la Corte Suprema renuncia a su facultad de ser garante de la legalidad, entonces tendremos que aceptar que en lo sucesivo cualquier congreso local, por decreto, determine la ampliación de un periodo de gobierno, con el consecuente socavamiento de las instituciones democráticas.
Es por demás sugestivo el silencio que sobre el caso, se impone desde la primera magistratura. Silencio elocuente que deja en el imaginario colectivo o al menos en quienes se resisten a renunciar al derecho de pensar, mensajes inequívocos. ¿Acaso se pretende abonar el terreno para que al término del sexenio se diga, la gente no quiere que me vaya y el poder legislativo me autoriza una ampliación de mi mandato? obviando claro, los procesos electorales, haciendo reformas legales a modo o de plano violentando la constitución que se protestó respetar.
Es pregunta, nada más.
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