El ataque a la directora editorial del diario La Opinión, de Poza Rica, no es producto de la casualidad, sino que reúne los ingredientes del lenguaje cifrado. “Sigan publicando pendejadas, la próxima vez te llevará la chingada”, dijo el agresor a la comunicadora Mireya Ulloa Valencia, la madrugada del once de marzo del 2020.
Hay que analizar los más recientes trabajos de la periodista para disponer de las primeras líneas de investigación que seguramente conducirán al autor material o intelectual del lamentable incidente. No es la primera ocasión en que la Editorial Gibb, S.A. de C.V., se ve afectada por este tipo de agresiones que pretenden limitar el ejercicio de la libertad de expresión, uno de los principales ejes de los derechos humanos. El asesinato a balazos de Raúl Gibb Guerrero, director general, ocurrido en el 2005 y el atentado a balazos de Armando Arrieta Granados, jefe de redacción, registrado en el 2017, forma parte de la cadena de embestidas contra la línea independiente del rotativo fundado en 1953.
¿De dónde salió la orden del mensaje? Si consultamos la visión del Informe sobre Derechos Humanos 2019, elaborado por el Departamento de Estado de los Estados Unidos de Norteamérica, el ataque pudo venir de los tres niveles de la administración pública federal, estatal y municipal, o también por agentes de los cárteles del narcotráfico, delincuencia organizada o células del crimen.
Situación similar vivió el periodista Manuel H. Naranjo, autor de la columna “El Flechador”, especializada en temas relativos a la seguridad, inteligencia, narcotráfico y corrupción institucional, principalmente. Una tarde fue levantado a escasa media cuadra del Palacio de Gobierno de Xalapa y después conducido a bordo de camioneta de color negro a paraje solitario cercano a Villa Aldama, en las proximidades de la ciudad de Perote, a contados kilómetros del Centro Federal de Prevención y Readaptación Social (Cefereso), número cinco.
Lo trasladaron con los ojos vendados por caminos de terracería y cuando presintió que el final estaba cerca, uno de los acompañantes le dijo: “Oye esto, pendejo. El jefe aguanta todo. Nada más no te metas con la señora”. Abandonado en medio de la nada, se orientó por el sonido y luces de camiones y autobuses que circulan por la carretera Villa Aldama-Altotonga, a elevadas horas de la madrugada. Entendió el mensaje, comentaría al reportero tres semanas antes de morir de cáncer, no de un balazo entre ceja y ceja.
Todo estaba claro, las piezas encajaban a la perfección, no había la menor duda sobre la paternidad intelectual del levantón a la entrada del pasaje Enríquez.
Tuvo la costumbre de citar a la entonces presidenta del Sistema Estatal para el Desarrollo Integral de la Familia Rosa Margarita Borunda Quevedo por el alias de doña Borola Tacuche de Burrón, en referencia a uno de los principales personajes de “La Familia Burrón”, revista semanal cómico-costumbrista creada por el historietista Gabriel Vargas Bernal en 1948.
En el apasionante ejercicio de buscar noticias, redactar información, formular análisis y emitir comentarios, a veces se cae y en otras se puede resbalar.
Es el riesgo de hacer vida marital con la libertad de expresión.
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