¿Qué es el Hombre para la Modernidad? Parte II
En la anterior edición de esta columna hemos descrito a grandes rasgos el extraordinario cambio que la modernidad representó en la concepción del Hombre como centro del Ser en el universo.
En este punto es conveniente aclarar qué se define en sentido filosófico como “el Ser”, pues esta palabra puede tener varios significados:
El ser como sustantivo -cosa o ente- cuando decimos que ‘algo’ es tal o cual cosa, como al decir este es un perro
El ser como un substantivo indeterminado que sería cuando decimos que ese algo tiene tal o cual esencia general que lo determina o identifica, como cuando decimos que el perro es mascota, compañero, simpático, cazador y demás atributos que nuestra mente asocia a él y finalmente:
El Ser como una acción o verbo que nos indica que tal o cual cosa es esto o aquello, pues conocemos un animal que es perro y entonces es cuando el Ser adquiere ese sentido filosófico del que hablábamos, pues viene a significar algo así como la Condición previa de la existencia de algo que puede ser y por lo tanto existe -del latín ex histere, que significa literalmente “salir de la matriz”- con lo cual al situar al Hombre como centro del Ser se concede que sólo el Hombre puede reflexionar sobre su puesto en el Universo y preguntarse por su origen, por su dimensión histórica y por su futuro, fatalmente delimitado por la muerte, y por la eterna pregunta sobre la trascendencia -“el más allá”- cuando nuestra vida llegue a su fin.
Aclarado lo anterior podemos entender que al despuntar la Modernidad el concepto medieval de una humanidad supeditada a Dios se habría de transformar en el de una humanidad partícipe de Dios, o sea que a través de la teología cristiana se concilia la naturaleza Divina con la del Hombre en la figura de Jesús de Nazaret, el Dios y hombre a la vez. Es en el renacimiento italiano donde tal vez se expresó este gran cambio conceptual a través del arte, en el ya comentado en la edición pasada “Discurso sobre la Dignidad Humana” de Pico della Mirandola, en el estudio anatómico llamado la “Divina proporción” de Leonardo da Vinci y en las magníficas esculturas de Michelangelo Buonarroti el “David”, la “Piedad” o el “Moisés”, pero específicamente en los frescos que decoran la Capilla Sixtina, donde la “Creación de Adán” nos muestra el toque de vida, pero también de divinidad, con que la mano de Dios se alarga sin tocar aún –como transmitiendo una chispa- a la mano extendida de Adán, el primer Hombre.
Aunque el Renacimiento -cuyas causas históricas hemos comentado anteriormente- fue efectivamente un “renacer” del pensamiento y la cultura en toda la Europa Occidental, en ningún otro lado se expresaron con tal riqueza el arte, las letras y el pensamiento crítico como en las Ciudades Estado Italianas gobernadas por las familias Orsini, Médicis, Sforza, Borgia y Della Rovere, antiguos ‘soldados de fortuna’ o condottieri que al paso del tiempo habrían de consolidarse como una segunda nobleza y colocar a varios de sus miembros en la silla Papal.
Fue en aquel momento culminante de la historia cuando se concibieron los que hoy conocemos como Derechos Humanos, cuando se exploró por primera vez la anatomía para conocer al Hombre “desde dentro”, cuando surgieron las primeras universidades y cuando poco a poco los campesinos fueron emigrando en busca de trabajo a las ciudades, originando el modo de vida urbano que hoy conocemos. La religión misma se transformaría al surgir la Reforma Protestante de Martín Lutero, en contra de los antiguos vicios y prebendas que la Iglesia Católica había dejado crecer en su interior, lo que eventualmente provocaría diversas confrontaciones bélicas entre católicos y protestantes.
Hemos dicho ya en alguna ocasión que los grandes cambios de la Historia no ocurren en un solo momento ni son promovidos por una sola persona, si bien han existido tanto hombres como mujeres notables que han dejado su huella en la memoria de las generaciones que les han precedido. Por otro lado sería ingenuo pensar que este cambio conceptual hubiera beneficiado a la gran proporción de la Humanidad pobre, para quienes un nuevo día es incierto, o acabado con las guerras y las lacras humanas de la injusticia, la explotación, la discriminación o el racismo que aún hoy azotan al mundo. Pero vale la pena preguntarse ¿Qué tipo de humanidad sería esta sin derechos, valores y esperanza en un futuro mejor?
El gran filósofo alemán Martin Bubber en su libro “¿Qué es el Hombre?” da respuesta a esta pregunta esencial planteada por otro grande: Immanuel Kant -quien murió sin haber dado la respuesta- y nos dice Bubber que el Hombre es el ser que se reconoce como tal en la interacción con otros humanos, en el intercambio de las miradas de dos extraños que unidos por una catástrofe esperan sobrevivir y se refugian uno en el otro. Tal es la naturaleza de lo humano, a mi parecer.
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