¿Qué es la Razón Totalizadora de la Humanidad en la Modernidad?
En la anterior edición de esta columna hemos hablado sobre la idea del ser humano como centro del Ser y por lo tanto del Universo, concepción que se desarrolló a raíz del final de la Edad Media y que suele identificarse con la caída de Constantinopla, lo que a su vez provocó el inicio del Renacimiento en Europa y el cambio radical del ser humano como partícipe de la Creación y ya no como simple sujeto de una Voluntad Divina indiferente a la condición humana y aún tiránica y ‘ejercida’ por medio de las grandes religiones abrahámicas: Judaísmo, Cristianismo e Islam.
En esta ocasión analizaremos la segunda idea central de la Modernidad, esta es la Razón Totalizadora del ser humano, y para entender su importancia es bueno recordar que hasta que las condiciones sociales lo permitieron a partir de los siglos XVII y XVIII se comenzaron a desarrollar las bases de las ciencias modernas. Personajes de la talla de un René Descartes o un Isaac Newton se empeñaron en desentrañar los principios generales de la Matemática, la Física y la Filosofía para poder comprender la complejidad de los fenómenos naturales que hasta entonces se habían presentado como inconexos o simplemente inexplicables. Si bien se debe reconocer que existían desde la Edad Antigua algunos conceptos científicos que aún hoy permanecen vigentes –pensemos en el Teorema de Pitágoras o el Principio de Flotación de Arquímedes que se nos enseñaron en la educación básica, entre otros muchos- no existían unas disciplinas científicas unificadoras como las que hoy conocemos por Ciencias, sino conocimientos principalmente enfocados a la resolución de problemas concretos o de aplicación tecnológica. La utilización de las máquinas de guerra diseñadas por Arquímedes para resistir al asedio de la flota romana en Siracusa es un buen ejemplo.
Pero al despuntar la Edad Moderna el desarrollo de Leyes Científicas Generales hizo posible establecer a la Física Newtoniana, el Cálculo diferencial e integral, la Química analítica y durante el siglo XIX a la Biología evolucionista y la separación de las Ciencias Naturales y las Ciencias Sociales propuesta por el filósofo alemán Wilhelm Dilthey, y ya para llegar al siglo XX el pensamiento científico tuvo un desarrollo tan acelerado como nunca antes se había visto en la Historia, el surgimiento de la Física Cuántica gracias a las investigaciones de Albert Einstein y Max Planck; el modelo del ADN de James Watson y Francis Crick, y el desarrollo de las tecnologías de la información y la comunicación (TICs) que han transformado radicalmente al mundo.
Para sopesar lo anterior basta considerar que, como hemos mencionado en otra ocasión, casi toda la existencia de la Humanidad transcurrió en la Edad de Piedra -desde sus orígenes hasta hace unos 7000 años- y la Edad Moderna comenzó aproximadamente hace unos 600 años; esto implica que el Hombre vivió sometido a mitos, a la magia, a religiones primitivas y las que llegaron a convertirse en institucionales, hasta tiempos muy recientes en sentido histórico; seiscientos años pueden parecer una eternidad para el individuo cotidiano, pero para el gran devenir de la evolución en nuestro planeta son apenas un instante.
Sólo la Modernidad pudo darnos la energía intelectual para atrevernos a explorar el Universo sin miedo a lo desconocido y confiados en nuestra capacidad de asombrarnos ante lo novedoso e inexplorado. Es esta la Razón Totalizadora que ha dado un sentido a nuestra especie en el gran orden del Universo, llevando a la humanidad a logros nunca antes vistos, sin olvidar que por desgracia persisten en el mundo entero las grandes diferencias económicas y sociales entre los que todo poseen y aquellos que nada tienen.
Con todo, es innegable que aun las cosas más cotidianas para nosotros, como los grandes avances de la medicina, los desarrollos de la tecnología y la comunicación satelital, y aún los artículos de higiene personal que usamos, fueron impensables para los hombres de inicios del siglo XX, el resultado de todo esto ha repercutido en una expectativa de vida superior a los 75 años tan solo en nuestro país, en contraste con los 15 años en promedio que vivía un hombre del paleolítico.
En la siguiente entrega de esta columna hablaremos sobre el tercer Pilar de la Modernidad: la aspiración a una sociedad justa. Hasta entonces les deseo lo mejor en estos días que actualmente se nos presentan complejos.
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