Por: José Ramón Flores
Viveros
Las montañas son peligrosas
El fin de semana pasado mi
hijo Carlos Ramón Flores Vega hizo cumbre en el Iztaccíhuatl. Fue un fin se
semana de mucha expectación y ajetreo, de conseguir equipo y de comprar también.
Ahora puedo entender en gran medida lo que mis propios padres deben haber
vivido cuando mis salidas a escalar. Aunque debo reconocer que la angustia fue
mayor cuando mi hijo, realizó un intento frustrado en el Pico de Orizaba. El
Izta tiene lo suyo, y sin pretender demeritar el gran esfuerzo que Ramón
realizó, la prueba de fuego es, para mi gusto, el Citlaltepetl.
Fue muy bueno, porque “La
Mujer Dormida”, es un gran escalón para poder vivir en carne propia lo que
significa escalar una alta montaña. El Izta lo realicé una sola vez y si es
demandante de un gran esfuerzo físico. El Popocatépetl también intenté en una
sola ocasión escalarlo, todavía no hacia erupción. Fue una friega de aquellas, todavía
lo tengo muy presente, iba con Romeo Donn y Martiniano Conde. Solo logramos, después
de una brutal y extenuante caminata, llegar al albergue, cuyo nombre no recuerdo.
Llegamos ya cuando había oscurecido y fuimos víctimas de un feroz mal de
montaña, toda lo noche fue de vomito. El plan era de salir rumbo al cráter por
la madrugada. Fue imposible hacerlo en las deplorables condiciones físicas en
que nos encontrábamos.
Mi hijo me platicó que sufrió
mal de montaña durante el ascenso, que incluso los alpinistas que lo
acompañaban, un grupo de Xalapa, lo vieron tan mal que le propusieron, que
regresara al albergue, que veían que sería muy difícil que pudiera lograr la
cumbre. Sin embargo muchas veces de manera increíble, el organismo se comienza
repentinamente a adaptar a las difíciles condiciones de altura y a la menor
cantidad de oxígeno. Cuenta mucho también la preparación realizada para subir
la montaña. Mi hijo realizó una gran preparación física y pasó paulatinamente, mientras
seguía subiendo, a un estado de adaptación y fuerza que le permitieron poder
llegar a la cumbre.
Disfruto mucho caminar con
los crampones sobre la nieve, que fue para él una gran sensación sentir y oler el glaciar. La montaña es un ser vivo,
cuya energía y vibración se puede sentir
cuando se camina sobre ella. Es un gran poder cuya magnitud se siente y
se respira e inspira además de mucho miedo, un gran respeto. Las fotos que mi
hijo captó del domingo 2 de julio, me han impactado de verdad. La montaña es
también poesía, y poder estar ahí es un verdadero privilegio.
Me siento de verdad muy
orgulloso de mi hijo, aunque no puedo negar que como dice Reinhold Messner,
cuando le preguntan si las montañas son justas o injustas cuando cobran vidas
de alpinistas que intentan escalarlas. De manera impaciente siempre ha dicho el
mejor alpinista del planeta: “¡Las montañas son peligrosas!”.
Esto encierra una verdad
definitiva, cuando la montaña hace un movimiento, el mínimo, cuando solamente
suspira, todo se convierte en caos y peligro de muerte para quien se encuentra
sobre ella en ese momento. Esto me provoca mucho miedo y temor por la seguridad
de mi hijo. Sin embargo recuerdo mucho lo que el extinto alpinista Andrés
Delgado decía. (Andrés murió escalando en la India): “Una vida sin riesgos, no
merece ser vivida”. Él siempre estuvo consciente de que una montaña, es como
estar sentado en un barril de pólvora. La vida en sí misma es un riesgo
permanente, y es prácticamente imposible evitar esta condición que ella nos
impone en todos los ámbitos del quehacer humano.
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