El tema
de la corrupción genera escozor en todos los estratos de la sociedad mexicana y
ocupa un lugar prioritario en la agenda social; es lamentable que a escasos
días de la fecha límite para la instalación de los sistemas locales anticorrupción
no haya señales precisas de su implementación, lo que es indicativo de que los
mandatos legales no son observados y los llamados, tanto de instancias
federales como ciudadanas, no pasan de ser pregones en el desierto.
Los
escarceos protagonizados por los partidos políticos teniendo como escenario al
Senado de la República y como materia, la designación del fiscal anticorrupción
en el ámbito nacional, representa un duro golpe a la credibilidad frente a un
ciudadano escéptico, que sospecha que la voluntad política para instituir un
sistema nacional anticorrupción eficaz, es inexistente, insuficiente y, cuando
no, simulada. Lo anterior parece confirmarse con el hecho de que los coordinadores
de los senadores del PAN y del PRD, sin ningún asomo de rubor, declaran
públicamente que el nombramiento del fiscal anticorrupción no se dará en la
fecha que el propio Senado estableció, con lo que se emite un mensaje muy
negativo y contrario a los afanes ciudadanos que vienen librando una intensa
lucha para prevenir y combatir al flagelo de la corrupción y pareciera entonces
que la agenda legislativa se supedita a los intereses electorales de las
fuerzas políticas.
Mientras
tanto, de manera cotidiana, unos y otros, independientemente de la corriente ideológica
a que pertenezcan, se lanzan acusaciones mutuas de ser corruptos, en una práctica
de feroz canibalismo, propiciando que en el imaginario colectivo prevalezca la
idea de que la corrupción es privativa de los políticos o de quienes tienen
responsabilidades en la función pública, cuando no es así; pues prácticas
corruptas también se dan en los ámbitos de la iniciativa privada.
Es
innegable que se establece una relación de complicidad entre el que pide y el
que acepta dar “el moche”, entre el que se deja corromper y el que corrompe;
existe arrogancia en la persona que siente el poder de obviar trámite, de
obtener trato diferenciado, de doblegar voluntades, así, entre las muchas
secuelas de un acto de corrupción se encuentra la de discriminar a las personas
que no tiene los medios para responder a las pretensiones inmorales de quien
puede facilitar cosas por encima de la ley, como de igual modo las puede
complicar.
Como
resultado de la corrupción hay inocentes en las cárceles y criminales en las
calles, obras que no cubren los estándares mínimos de calidad, muertos en
hospitales, asentamientos humanos irregulares, personas que en el ejercicio de
su profesión representa un peligro, etc.
Por cierto,
el INEGI recién dio a conocer los resultados de la encuesta nacional de calidad
regulatoria e impacto gubernamental correspondiente al ejercicio 2016. Preocupante
que Veracruz ocupa el nada honroso segundo lugar a nivel nacional. El primero corresponde
a Tabasco y el tercero a la Ciudad de México. Así de grave.
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