Cuevas
Gregorio Jácome Moreno
Los
artistas plásticos son seres aparte, diferentes al resto de los hombres. Será
porque están dotados de esa sensibilidad que los hace invocar imágenes de este
o de otros mundos para inmortalizarlas en sus obras. Sus trazos finos o toscos,
para hablar de los pintores, mueven y conmueven, al resto de los hombres, hasta
el punto del éxtasis, al contemplar sus creaciones eternas. Si no fuera así, no
habría filas humanas esperando diariamente entrar al Louvre en París, al Museo
del Prado en Madrid, a Bellas Artes en la ciudad de México, inclusive, millones
han apreciado la tilma de Juan Diego en la Basílica de Guadalupe, creación
divina o por la mano del hombre, no importa, el arte es indiscutible.
Pero
el arte también es irreverencia, nunca sumisión ni conformismo, es propuesta,
como los vanguardistas, es crítica, como los revolucionarios. En este último
orden se inscribe José Luis Cuevas, en el de la innovación que removió en
México un arte que a mediados del siglo XX parecía estancado, que se había
quedado en los grandes murales, en el nacionalismo hueco, en el patriotismo
grandilocuente que promovía el régimen en los muros de los viejos edificios.
Por
ello, Cuevas fue duramente criticado, porque no pertenecía a ninguna escuela,
no se sentía ni Rivera, ni Siqueiros, ni Orozco, sino que proponía un arte
innovador, portavoz de una tendencia abstracta, creador de un sismo estético
que todo mundo, sobre todo las falsas conciencias nacionalistas, intentaron
acallar, pero salió avante porque persistió en su empeño de transfigurar la
realidad hasta el punto de hacerla grotesca y ruin, es decir, plasmarla tal
como es.
En
algún punto se le ha señalado de onanista, hasta el punto de llegar a pintar
durante muchos años de su vida un auto retrato diferente cada día, en este
sentido Cuevas no se diferencia en nada a quienes hoy se toman una selfie a
diario. También escribía un artículo al que denominó “Cuevario” para hablar de
sí mismo siempre de manera hiperbólica, en donde se ostentaba como héroe de su
propia circunstancia.
Lo
cierto es que Cuevas nunca pasó desapercibido, todo el tiempo en el ojo del
huracán orquestando polémicas, a diferencia de otros artistas asumía actitudes
políticas serias, contundentes.
En
la ciudad de México se encuentra el Museo Cuevas, justo en el sitio donde
alguna vez se encontró el convento de Santa Inés, es decir, en la contra esquina
de la vieja Academia de San Carlos. Cuevas no pintó “cosas bonitas” sino que su
obra convoca sentimientos tales como el horror, el pánico, es decir, trató de
descubrir aquellos sentimientos en el hombre, que la realidad, por falsa
conveniencia, siempre enmascara.
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