martes, 11 de julio de 2017

Metapolítica


Cuevas
                                                                                                          Gregorio Jácome Moreno

Los artistas plásticos son seres aparte, diferentes al resto de los hombres. Será porque están dotados de esa sensibilidad que los hace invocar imágenes de este o de otros mundos para inmortalizarlas en sus obras. Sus trazos finos o toscos, para hablar de los pintores, mueven y conmueven, al resto de los hombres, hasta el punto del éxtasis, al contemplar sus creaciones eternas. Si no fuera así, no habría filas humanas esperando diariamente entrar al Louvre en París, al Museo del Prado en Madrid, a Bellas Artes en la ciudad de México, inclusive, millones han apreciado la tilma de Juan Diego en la Basílica de Guadalupe, creación divina o por la mano del hombre, no importa, el arte es indiscutible.
Pero el arte también es irreverencia, nunca sumisión ni conformismo, es propuesta, como los vanguardistas, es crítica, como los revolucionarios. En este último orden se inscribe José Luis Cuevas, en el de la innovación que removió en México un arte que a mediados del siglo XX parecía estancado, que se había quedado en los grandes murales, en el nacionalismo hueco, en el patriotismo grandilocuente que promovía el régimen en los muros de los viejos edificios.
Por ello, Cuevas fue duramente criticado, porque no pertenecía a ninguna escuela, no se sentía ni Rivera, ni Siqueiros, ni Orozco, sino que proponía un arte innovador, portavoz de una tendencia abstracta, creador de un sismo estético que todo mundo, sobre todo las falsas conciencias nacionalistas, intentaron acallar, pero salió avante porque persistió en su empeño de transfigurar la realidad hasta el punto de hacerla grotesca y ruin, es decir, plasmarla tal como es.
En algún punto se le ha señalado de onanista, hasta el punto de llegar a pintar durante muchos años de su vida un auto retrato diferente cada día, en este sentido Cuevas no se diferencia en nada a quienes hoy se toman una selfie a diario. También escribía un artículo al que denominó “Cuevario” para hablar de sí mismo siempre de manera hiperbólica, en donde se ostentaba como héroe de su propia circunstancia.
Lo cierto es que Cuevas nunca pasó desapercibido, todo el tiempo en el ojo del huracán orquestando polémicas, a diferencia de otros artistas asumía actitudes políticas serias, contundentes.

En la ciudad de México se encuentra el Museo Cuevas, justo en el sitio donde alguna vez se encontró el convento de Santa Inés, es decir, en la contra esquina de la vieja Academia de San Carlos. Cuevas no pintó “cosas bonitas” sino que su obra convoca sentimientos tales como el horror, el pánico, es decir, trató de descubrir aquellos sentimientos en el hombre, que la realidad, por falsa conveniencia, siempre enmascara.

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