Por: El Cortador
Entre la tranquilidad y el miedo.- Enero en la finca se caracteriza por las noches frías y las mañanas luminosas. O muy nubladas. Muchas veces al levantarse, los cortadores aprecian que el pasto y la hierba tienen un tono blanco, debido al congelamiento del rocío, que al caminar sobre ella, se quiebra y cruje la fina capa de hielo. Ya pasaron todos los festejos. Lo santos reyes pasaron por los jacales dejando modestos juguetes que eran esperados con ilusión por las mentes sanas e infantiles. La cosecha da para eso y más. En pleno apogeo la finca luce pletórica de granos rojos que el frío los hace más brillantes. Las fiestas quedaron atrás y continúa el ajetreo cotidiano en las laderas, en los caminos, en las bodegas, en las “compras”. Pareciera que todo es paz y armonía. El silbido del viento, el trino de los pájaros, el sonido del hacha, el murmullo del arroyo, la charla durante el “corte”, los silbidos de los cortadores, el timbre de la moruna. Todo eso que armoniza el ambiente campirano. Sin embargo, el viejo zorro del cafetal, el mayor de todos los cortadores, el que lo maduró el tiempo, el que lo talló el trabajo; se le ve ensimismado, meditabundo y hasta preocupado. Al final de la jornada, ya de camino de regreso al jacal, su cercano compañero, que aunque menor de su edad, pero igual de curtido, le pregunta con discreción tratando de no hacer alharaca entre los jornaleros, porque lee en sus ojos que el asunto que lo distrae no es sencillo, porque de otra forma, el viejo zorro ya hubiera chingadeado a toda la cuadrilla y los hubiera salpicado con su sabiduría pragmática. ¿Qué te pasa hermano?... Como abstraído en su pensamiento solo responde: “La vida no vale nada”. Eso deja más pasmado al curioso campesino que con discreción insiste en una explicación, a lo que el enjuto erudito, como dándose cuenta de su abstracción, responde: “En serio, la vida no vale nada actualmente. El día primero aproveché para ir al centro de la ciudad y platique con viejos amigos que siempre están en el parque platicando las noticias. Me quedé espantado por la imparable violencia que se sufre por todos lados. Me enseñaron varios periódicos donde informaban de muertos por aquí, muertos por Teocelo, secuestrados en Xico, embolsados en Cotaxtla, descuartizados en Xalapa, tumbas clandestinas en Veracruz, ejecutados en Colipa, jovencitos asesinados en Tuxpan y muchos más, miles. Taxistas balaceados. Madres buscando a sus hijos en tumbas clandestinas. Vi las fotos que publican sin pudor los medios. Quedé asustao. Con razón el otro día no nos dejaron pasar por un camino a Cosautlán porque dizque había un accidente, pero luego supimos que habían encontrado varios ejecutados. Los tiran por aquí, los tiran por allá a las orillas de los caminos. La violencia, la droga, la delincuencia organizada ha crecido imparablemente que ya ha alcanzado a nuestros tranquilos campos. Como aquí casi no llegan los periódicos y la radio no dice todo lo que pasa, a veces no nos enteramos de la realidad que se está viviendo en nuestro hermoso estado. Eso me preocupa, nuestras familias, nuestros jóvenes, nuestros niños. Me duele tanta sangre, me sangra tanta indiferencia de las autoridades, me enluta tanta muerte…” El menor de los viejos ya no pudo decir nada pero compartió su sentimiento. Continuaron caminando en silencio, en silencio llegaron a sus jacales, en silencio permanecieron y en silencio se durmieron. Ese silencio preocupante que a veces protege… y a veces daña.
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