domingo, 28 de enero de 2018

DESDE EL AULA


Por el Prof.: Julio Hernández Ramírez

Hay tiempos de sembrar y tiempos de cosecha.-


Desde siempre, las sociedades se han caracterizado por presentar grandes asimetrías. La distribución inequitativa de la riqueza y la desigualdad en las oportunidades, constituyen bandera para los revolucionarios y materia de estudio para sociólogos y filósofos, economistas y filántropos, escépticos y teólogos. Sobre el fundamento de esta realidad se ha elaborado discursos, tratados, doctrinas, emprendido cruzadas, realizado hazañas, actos de heroísmo y cometido grandes atrocidades… pero, la desigualdad no solo permanece gozando de cabal salud, sino que tiende a hacerse más grande. Los hay que tienen mucho, también los que tiene poco. Los menos que tienen todo y los más que no tienen nada.

No obstante ser cierto lo anterior, hay un elemento sumamente valioso que a todos se nos da por igual con independencia del momento, de la historia y del sitio en el orbe. Es algo tan valioso que al percibir que se agota, los grandes potentados estarían dispuestos a hacer y dar cualquier cosa a fin de obtener un poco más, pero todo esfuerzo en ese sentido resulta inútil. Ese tesoro se llama tiempo. Es celoso y fugaz, se escurre, se escapa y cuando se va no vuelve jamás. Absolutamente democrático pero cruel, no perdona. Triste paradoja es que siendo tan efímero y de tanto valor lo desperdiciemos, que lo dejemos transcurrir sin provecho alguno, que lo dejemos de vivir cuando aún lo tenemos,

Recuerdo que en la escuela primaria se nos recomendaba cómo debíamos aprovechar las 24 horas del día, todos los días: ocho horas para trabajar o estudiar, ocho para dormir y ocho para la recreación y el ocio. Nunca me ha convencido tal simplicidad, pero propone una forma de aprovechamiento. Hay un pasaje bíblico, hermoso por cierto, que sugiere que el tiempo se nos da en la medida suficiente y necesaria, cuando poéticamente nos dice: “Hay tiempo para trabajar y tiempo para descansar, para llorar y reír, para sembrar y cosechar…” la sabiduría popular nos recuerda que “hay tiempo de lanzar cuetes y tiempos de recoger las varillas” o que “hay tiempos de sumar y tiempos de sumirse”, lo que es un sutil llamado a la prudencia.

Las voces más sabias nos enseñan que para nuestros seres queridos el mejor regalo resulta ser el que le dediquemos tiempo más que todos los sucedáneos materiales. Alguna vez una migo me dijo: si tienes algo importante qué encomendar, hazlo con alguien que esté ocupado, te dará mejores resultados que si lo confías a quien dice no tener nada qué hacer. La excusa de “no tengo tiempo” es muy socorrida pero poco creíble si se repara en el hecho de que otros sí lo tienen, cuando se dispone de la misma medida, pero si la expresión: “No tengo tiempo”, normalmente deviene inaceptable, decir “no tengo nada qué hacer” resulta siempre patético. El mundo es tan vasto y bello, te presenta a los sentidos una diversidad de espectáculos para los cuales no se requiere boletos de entrada, basta solo un poco de sensibilidad para admirarlos y disfrutarlos.

La vida es dura, sí, a veces es cruel. Gusta de ponerte a prueba, te hace pasar tragos amargos, pero es maravillosa y es la única que tenemos y conocemos, vale la pena vivirla con amor e intensidad.

La otra, la que se nos ofrece como recompensa a la obediencia y sumisión, es una esperanza, una metáfora o, incluso, una forma de opresión y nada más. Como la vida tiene un principio y un fin señalados en el tiempo, también tiene prisa en agotarse. Corre sin parar y nada ni nadie la detiene. Triste es sentarse a verla pasar mientras otros la viven. No se vale decir: “No tengo nada qué hacer”, cuando no hay mil, sino miles de cosas que se pueden hacer: soñar, caminar, leer, visitar, ver, oír y sentir, son apenas unos ejemplos que entrañan inmensidad de posibilidades, pero también es importante darse tiempo a uno mismo, tiempo para amarse, para consentirse.

Hay quien sostiene que quien no se ama a sí mismo, realmente no puede amar a otras personas. Por responsabilidad vale la pena disfrutar la vida y el mundo, vivir cada momento, aceptando también aquellos en los que haya que dejar escapar “las lágrimas que hay que llorar cuando valga la pena” según la propuesta de Joaquín Sabina.

P. D. Pepe Yunes se ha ocupado en largos tiempos de siembra. El suyo hoy, es un justo tiempo de cosecha.

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