lunes, 30 de julio de 2018

DESDE EL AULA - Por: Prof. Julio Hernández Ramírez

La maternidad te ha sentado bien. Tu anatomía adquirió contornos diferentes, tu pelo parece más fino y lleno de brillo, tu mirada es intensa y dulce, húmeda como una lágrima; te envuelve un aire como de vieja matrona que camina sin prisa, sin angustia alguna. Siempre estás de buen humor, siempre cariñosa; la bipolaridad no cabe en tu existencia. Tu hija hermosa, diferente. Para el ojo ordinario, seguramente poco agraciada porque se aparta de los estereotipos. Sus piernas largas le dificultan el andar, pero le otorgan una elegancia singular, quizá por eso, “Changa”, consientes que le llamemos “Frida”.

Sí, lo admito, fueron varias semanas de abandono, de llegadas nocturnas y salidas furtivas, pero no me gusta ver en lo profundo de tus ojos un dejo de reproche con el cual pareces decirme que no comprendes el porqué de ese afán de involucrarme en los procesos de la política cuando es una actividad, según tú, sucia, que se desarrolla en contextos donde priva la deslealtad y la simulación, el histrionismo y el embuste. Aunque no me gusta contradecirte, debo advertir que te equivocas, pues si se hace abstracción de personas, tendremos que entender que la política es una actividad digna que sirve para resolver conflictos, generar mejores condiciones para la sana convivencia social y se dignifica por el alto propósito de alcanzar el bien común. Cuando la política falla, los conflictos decantan en profundos desencuentros que dan origen a los actos más atroces. Sabes “Changa”, no te lo había dicho, cuando participas en una contienda de política electoral, te acercas al conocimiento de la naturaleza humana, vez a las personas tal cual son, convenencieras o generosas; comprometidas o farsantes, y así, podría darte muchas clasificaciones, dicotomías inverosímiles, comportamientos que rayan al estado primitivo, pero con todo, al final del día, cuando haces el recuento, te alegra el saber que en tu catálogo de amigos se encuentran nuevos rostros.

Sabes, la victoria se hizo ingrata con nosotros, y por más que intentemos un alegato  de conformidad recurriendo a expresiones como: “las cosas por algo pasan”, “perdimos la batalla, pero no la guerra”, “quedamos más fortalecidos y unidos”, “ganamos en aprendizajes”, “la vida sigue porque no se reduce a un proyecto”, lo cierto es que perder, duele. Los resultados oficiales no favorecieron a la maestra, nuestra amiga, con quien nos comprometimos genuinamente. Merecía ganar, tenía con qué, y trabajó duro para ello, pero bueno, la vida, digo, la política es así. Dicen que jugamos con cartas marcadas y que así no teníamos posibilidad alguna, que los acuerdos cupulares y la amalgama de inconfesables intereses, así lo determinaron. ¿Quién sabe? Para quienes andamos a ras de suelo nos es imposible saberlo. La sospecha queda y la duda estremece.

Si como suele decirse, los designios de Dios son inescrutables, los comportamientos humanos colectivos, son incomprensibles. ¿Cómo puedes explicarte que se la haya escatimado el apoyo a un hombre cabal, honesto, preparado y bueno, cuyo nombre con el cual es conocido, se corresponde con las iniciales de “padre putativo”? Que le cargaron culpas ajenas, seguro. Que lo arroyó una corriente más explicada en lo emocional que en lo racional, también es cierto. Que le pesó el lastre de una marca con profundas e inocultables abolladuras provocadas por una caterva de rufianes ambiciosos hasta la locura, que cuando se trata de pedir el apoyo para ellos, hipócritamente se tornan humildes cual vulgares franciscanos, pero cuando no les toca, se vuelven soberbios y abrazan con delirio la proclividad a la traición. Debieran convivir contigo “Changa” para que adquieran el mínimo sentido de la lealtad y la decencia. 

No sé, tal vez tú puedas ayudarme a entender realmente qué pasó. Será porque ando a ras de suelo, pero no vi a los amigos del amigo comprometerse con su proyecto. No los vi operar ni pedir con humildad un voto en su favor, mucho menos acercarse para que en un acto de reciprocidad a los muchos beneficios recibidos de él, hacer gala de un gesto de generosidad. En cambio sí vi a un “equipo” cerrarse. Recuerdo la sentencia de un viejo amigo ya fallecido: “Para comerse el caldo, primero hay que tener a la gallina”. 

En un acto de congruencia lo que nos queda es esperar que los cambios que, en el libre ejercicio de un derecho, determinaron la mayoría de los mexicanos que acudieron a las urnas en el proceso electoral inmediato pasado, sea para bien de México, de Veracruz y que realmente las condiciones de las familias mexicanas mejoren.

Sinceramente, éxito.

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