lunes, 9 de julio de 2018

Editorial

Luego de los resultados de las elecciones del pasado domingo, que no fueron sorpresa, para nadie, bien vale reflexionar lo siguiente: El triunfo de Andrés Manuel López Obrador, ha sido contundente. El 53 % de los votos que obtuvo con la alianza encabezada por Morena, indica tanto la solidez de su mandato como el rechazo de los ciudadanos a los dos partidos tradicionales. Además Morena y sus aliados tendrán mayoría en la Cámara de Diputados y en el Senado. De nueve gubernaturas, ganaron cinco, incluida Ciudad de México. El PRI no ganó ninguna.

Por lo tanto, a partir del 1 de diciembre, cuando tome posesión, López Obrador contará con gran capital y fuerza política para desarrollar su agenda. Esta es la gran certeza. Pero… a la vez, genera una gran duda: ¿cómo usará su amplio poder? Hasta ahora, sus señales han sido contradictorias. La inquietud es si abordará en serio los grandes desafíos del país, optando por líneas de acción realistas y asentadas en formas institucionales, o si, se inclinará por el voluntarismo mesiánico del que hizo gala a lo largo de la campaña y en su carrera política. De esto dependerá el futuro de México durante el próximo sexenio.

El país es en extremo dispar. Durante las dos últimas décadas, ha sido capaz de terminar con 70 años de monopolio en el poder del PRI, lograr alternancia en la presidencia y renovar algunas instituciones democráticas. Además, ha dinamizado su economía, y su sociedad es hoy mucho más abierta, tolerante e independiente. Todo esto debe mantenerse y profundizarse. 

Sin embargo, México padece gran pobreza y una de las mayores desigualdades en la distribución del ingreso en el mundo. A esto se suman la corrupción, la impunidad y una violencia que, siempre a la alza, ha alcanzado una magnitud extrema. Todo esto creó una profunda ola de enojo que se extendió a todo el sistema político-partidista, dio impulso a la candidatura de AMLO y lo llevó a la victoria.

Durante la etapa final de la campaña, AMLO cambió de negativa a positiva su postura en relación con el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, se mostró dispuesto a mantener la reforma en energía e insistió en la responsabilidad fiscal. Ahora ha dejado entrever que se queda con el avión, sí lo protegerá el Estado Mayor,  continuarán las Reformas y el aeropuerto. Pero también ha anunciado un incremento en subsidios sociales que podrían llegar al 10 % del presupuesto y se ha limitado a decir, que se financiarán con lo que se ahorre al frenar la corrupción; había anunciado que congelará precios del petróleo, gasolina y la electricidad, pero ya hay dudas al respecto.

Por todo eso, es que son tantas las inquietudes sobre el futuro gobierno de AMLO. La esperanza es que, entre sus propias contradicciones, opte por las líneas más razonables, responsables y democráticas. Es lo que México necesita y lo que el ciudadano reconocerá.

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