lunes, 20 de agosto de 2018

DESDE EL AULA Por: Prof. Julio Hernández Ramírez

Nostalgia.- 

Eran tiempos de bonanza. De octubre a febrero en mi pueblo, todo era fiesta. Llegaba gente de tierra caliente y de tierra fría al corte de café. En las fincas, noviazgos, flirteos, matrimonios acordados, mensaje cifrados en canciones entonadas a todo pulmón para que se oyeran en el otro surco. Temporales hasta de dos semanas acompañados de densa niebla que cubría las plantas del aromático que chorreaban de frio rocío; ni modo, así había que entrarle, los dedos se entumían hasta que, con el persistente ejercicio entraban en calor recuperando su agilidad. El comentario en las melgas y veredas era que el café se estaba cayendo por tanta agua y que el precio mejoraba cada día.

Entrando marzo iniciaban los trabajos de poda. Había que preparar la moruna y las tijeras con lima y piedra de asentar, sin faltar el pequeño mazo de madera maciza para poder sacar las ramas de en medio sin lastimar a las otras, todo realizado con el fervor de un ritual y un afán artesano. No cualquiera sabía podar, los que no, se mandaban a hoyar con piocha y pala preparándose para el tiempo de la resiembra.

Aprendí siendo apenas un chamaco gracias a la confianza que, sin saber por qué, me otorgó don Ruperto, quien sin más, instruye a don Meli: mándalo a podar. No sabe, le respondió; que lo enseñen, fue la respuesta seca. Me mandaron con los viejos curtidos por el trabajo y la vida, me fascinaba ver la precisión con que cortaban los recios tallos de los cafetos; maestros en el arte de la narración oral salpicada de albures ingeniosos que solía interpretar de manera tardía, provocando la riza franca. Llena de historias y anécdotas, inventadas unas, soñadas otras, vividas, más.


Normalmente en junio ya estaban entabladas las lluvias, el tiempo de la resiembra había llegado. Se planta con amor y fe. Sosteniendo la piaña se hunden los dedos de ambas manos en la tierra suelta y mojada, cuidando escrupulosamente que la raíz principal no quede doblada, luego se aprieta de abajo hacia arriba. Gotas de sudor que perlan la frente caen sobre la planta recién sembrada.

En agosto y septiembre, los tallos podados ya se encuentran llenos de renuevos, es tiempo de “deshijar”, con una filosa y asentada tijera de apodar se van cortando los retoños dejando solo los más robustos y mejor ubicados dependiendo del grosor del tallo. Al mismo tiempo, se va “despajuelando”. Llega octubre y con él, se reinventa el círculo virtuoso.

Hoy todos son recuerdos. En mi pueblo los cafetales se extinguen, apenas una que otra finca, casi todas en el descuido y el abandono. Los altos costos de producción no se corresponde con los bajos precios del aromático, la crisis ha sido larga, luego agresivas plagas han obligado a la renovación de las fincas con variedades resistentes pero de corta vida.

El pequeño productor está solo a merced de los voraces coyotes sin apoyos institucionales y resistiendo la ausencia de una política pública que incentive la producción de este emblemático producto que ha dado fama mundial a nuestra región. 

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