De mujeres y lecciones.- Las mujeres mayores siempre han jugado un papel fundamental en la finca y en los hogares de los campesinos. Formadoras de cada nueva generación de prole que se aumenta con los años; unos crecen y se van, otros nacen y hay que cuidarlos, criarlos y formaros. Alternando actividades que van desde hacer la comida de manera tradicional en bracero con metate y molcajete usando el metlapil; teniendo ordenada la casa y la ropa, educando a los niños y apoyando a los hombres en las labores del campo. Son cortadoras, cocineras, educadoras, enfermeras, curanderas, lavanderas, abuelas, consejeras, pilar y guía de la familia. Las viejitas en la cocina son el núcleo de estabilidad y armonía. Se formaron en otra época y en otro estilo de vida, aprendieron a vivir y a servir, antes de leer o escribir. Incluso el sabio cortador curtido por el tiempo y el trabajo, suele consultar a esos oráculos infalibles y silenciosos que son las viejas, cuando hay asuntos que escapan a su entendimiento. Inmersas en su cotidiana actividad en la cocina, lidiando con el nejayote del nixcomil, mismo que al ser escurrido, deja al nixtamal listo para ser llevado al molino y traer la masa para echar las tortillas; se dan tiempo para aclarar dudas y aconsejar, orientar y corregir. El viejo patriarca de las fincas, sentado en una silla de paja cerca del molendero, platica con la vieja de la casa, la tía Lupita, mujer bajita, menuda, que peina sus cabellos canosos en dos trenzas y siempre viste de oscuro y protege su falda negra con delantales blancos: “Lupe, el lunes los chiquillos ya se van a la escuela, empiezan las clases y hay que estar pendientes de que hagan las tareas”. Ahora que va a iniciar el ciclo escolar, los mocosos ya están listos, con útiles y uniformes, ya los llevaron a peluquiar y se bolearon los zapatos. Sin dejar de martajar la masa con agua, la Sibila Cumea, conocedora del pasado y adivinadora del futuro por cíclica experiencia, le comenta al enjuto monarca de las laderas: “No solo inicia el ciclo en las escuelas, para los chiquillos también inicia un ciclo en su vida, sobre todo a los que van a primero. Se les abre un horizonte de conocimiento en las aulas, mismo que en la familia debemos complementar. En la escuela aprenden, en el hogar se educan. Sin embargo bien vale reconocer la labor de los maestros. Esos que inician sus labores con una ilusión renovada, tratando con un gran número de estudiantes, cada uno con personalidades diferentes, con problemáticas diferentes, con niveles de aprendizaje diferentes y, sin duda alguna, con caracteres únicos, lo que hace que a diario se enfrente a nuevos retos. Maestros que ejercen su vocación con entusiasmo, con creatividad, ilusión, imaginación y haciendo uso de recursos pedagógicos para enseñarles cada vez mejor a sus alumnos; sin lugar a dudas merecen respeto”. El viejo patriarca se quedó en silencio escuchando, solo girando su jarro de café caliente que humeaba en sus manos. Con un murmullo que pareció rezonguido, cual Diógenes de Sínope, solo acató en completar: “Cierto, los chamacos en la escuela aprenden lecciones de libros; pero en la familia y en el campo, aprenden lecciones de vida. Como nosotros nos criamos, con viejos maestros que nos enseñaron a amar la tierra, la naturaleza y la familia. Con valores que nunca se olvidan y que abren puertas a lo largo de la existencia. Los viejos somos responsables de guiar a las nuevas generaciones en el amor al prójimo y el respeto a la vida. Porque ahora vemos cada cosa que no entendemos pero que es el resultado de la indiferencia”…
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