lunes, 15 de octubre de 2018

DESDE EL AULA - Por: Prof. Julio Hernández Ramírez

Sin duda, la cultura del ahorro es importante. En la escuela primaria, cuando el énfasis también se ponía en la formación de valores, se incentivaba la práctica del ahorro. Todos los días, pero principalmente cada lunes, el profesor preguntaba a los alumnos quién llevaba para el ahorro y en una libreta anotaba la fecha y la cantidad ahorrada por cada quien. Al finalizar el ciclo escolar se entregaba lo acumulado con un pequeño rendimiento; se nos explicaba con vehemencia la importancia de tener un “guardadito” para cualquier imprevisto o incluso para emprender algún negocio o empresa. Es cierto que la precariedad del ingreso de muchas familias hace difícil ahorrar, lo que no es óbice para recomendar procurar la formación de ese hábito.

El ahorro guarda una relación estrecha con el orden, en mi medio y por el ejercicio de cargos de representación sindical conocí e hice amistad con muchas familias; siempre me sorprendió el ver que con el mismo ingreso las había muy estables, con su casa modesta, pero confortable, su auto, normalmente adquirido mediante financiamiento, sus hijos en la escuela, pulcros, de vez en cuando, comiendo en algún restaurante, en suma, se les veía satisfechos. En cambio había otras siempre rentando, pidiendo prestado sin intención de pagar, siempre renegando del salario, desobligados en el trabajo, justificándose en la falacia de que “si el gobierno hace como que me paga, yo hago como que trabajo”.

Siempre me he preguntado qué las hace a unas tan diferentes de las otras, considero que mucho tiene que ver la forma en que se distribuye el ingreso. Adquirir lo necesario bajo un criterio de prioridad y pertinencia evitando la compra de aquello que no hace falta y que normalmente terminan arrumbados, significa disciplina en el gasto, que hace posible hacer más con menos.

Sin soslayar las diferencias en los fundamentos y en los propósitos, creo que los principios básicos de la economía doméstica, aplican bien en el ejercicio de los presupuestos públicos, principalmente los municipales, que resultan ser los más inmediatos a la gente. Si no se aplican bajo principios de orden, de disciplina y prioridad, puede que los objetivos propuestos no sean alcanzados.

Hay un principio básico: no es sano gastar más de lo que se ingresa; tampoco es ético gastar en lo superfluo cuando existen enormes necesidades.

Siempre hay áreas de oportunidad para incrementar los ingresos, existen fuentes de financiamiento extraordinarios, pero para acceder a ellos se requiere proyecto visión y tenacidad. La contratación de créditos no es la única alternativa para acelerar el desarrollo, pues aparte de tener un costo de capital, significa gastar hoy lo que se va a ingresar mañana y de alguna manera se compromete el futuro además de reducir los márgenes de acción de administraciones subsecuentes. La tentación es mucha, la cordura debe imperar.

En las instituciones como en las familias las hay quienes hacen más con menos.

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