Ambiente, niños y enseñanza.- En las partes bajas de esta zona cafetalera ya se respira el bullicioso ambiente del corte del café. En las partes altas todavía se observan las matas de café cargadas de verdes granos. Pero en la zona más baja y calurosa, ya empiezan a llegar cortadores de otros lados para recolectar el abundante grano rojo que da vida a la región. La finca huele a tierra húmeda y miel. Ahora que con motivo de Día de Muertos las escuelas no tuvieron clases desde el jueves, muchos niños se incorporaron al corte, el cual lo disfrutan, porque lo conocen desde muy pequeños y se divierten. Algunos los llevaban desde bebés en un rebozo en la espalda, que la madre se acomodaba para andarlo cargando mientras le entraba al surco. Es su mundo de niños, antes de conocer las vocales o de contar del 1 al 10, ya se movían con gran destreza entre los cafetales y entendían perfectamente cuánto era un tenate, un saco o un costal de grano de oro. También desde chicos aprendieron que ir “al corte” les deja ganancias. Es la oportunidad de obtener dinero para comprar ropa, zapatos, lápices y uniformes. Todos vienen con sus familias cada que no hay clases. Los chiquillos inquietos por naturaleza, cortan a ratos, corren y retozan por las cañadas, cortan naranjas chinas y rodean al viejo cortador que los tolera con paciencia. Los niños saben de su sabiduría y a manera de hacerle maldades lo asaltan con preguntas o le piden que les cuente historias de ‘cuando era pequeño’ o que les platique cómo le fue de ofrendas, tamales y difuntos. El viejo y arcaico mentor de muchas generaciones de pueriles camadas, curtido en las aulas de los jornales y catedrático en los salones del verde campo, consiente de la avidez de enseñanza y la gran capacidad de recepción de los chamacos, con lúdica sabiduría les dice, al verse rodeado de una infantil turba de insoportables: “Les voy a contar un viejo cuento, muy antiguo y muy conocido, que quiero que escuchen con atención, pues yo lo memoricé desde hace mucho tiempo y lo recuerdo como si apenas lo hubiera aprendido, por lo rico y profundo de su enseñanza. Pongan atención y aprendan: Entre montes, por áspero camino / Tropezando con una y otra peña, / Iba un viejo cargado con su leña, / maldiciendo su mísero destino. / Al fin cayó, y viéndose de suerte / Que apenas levantarse ya podía, / Llamaba con colérica porfía / Una, dos y tres veces a la Muerte. / Armada de guadaña, en esqueleto, / La Parca se le ofrece en aquel punto; / Pero el Viejo, temiendo ser difunto, / Lleno más de terror que de respeto, / Trémulo le decía y balbuciente: / “Yo... señora... os llamé desesperado; / Pero...”, “Acaba; ¿qué quieres, desdichado?” / “Que me cargues la leña, solamente”… El viejo terminó de recitar su verso con una sonora carcajada, sin percatarse de que los mocosos estaban impávidos, serios y confundidos, señal inequívoca de que no entendieron nada. Molesto por los estupefactos chiquillos, les explica: “La moraleja que este relato nos deja, es que hay que tener paciencia aunque te sientas infeliz, ya que aun en la situación más difícil o lamentable, lo más bonito es tener vida”. Fue entonces cuando la bola de rapaces sonrieron al entender la profunda enseñanza. El viejo pedagogo de los cafetales, doctorado por la experiencia de los años, movió la cabeza, se dio la vuelta y los dejó absortos. Solo alcanzaron a escuchar cuando se alejaba. “Estos chamacos de hoy ya no son como los de antes. Ahora están más apendejados con el celular y el internet que creen que el conocimiento está ahí, pasando por alto las enseñanzas de la naturaleza, del tiempo y de saber escuchar…”
lunes, 5 de noviembre de 2018
DESDE LA FINCA - Por: El Cortador
Ambiente, niños y enseñanza.- En las partes bajas de esta zona cafetalera ya se respira el bullicioso ambiente del corte del café. En las partes altas todavía se observan las matas de café cargadas de verdes granos. Pero en la zona más baja y calurosa, ya empiezan a llegar cortadores de otros lados para recolectar el abundante grano rojo que da vida a la región. La finca huele a tierra húmeda y miel. Ahora que con motivo de Día de Muertos las escuelas no tuvieron clases desde el jueves, muchos niños se incorporaron al corte, el cual lo disfrutan, porque lo conocen desde muy pequeños y se divierten. Algunos los llevaban desde bebés en un rebozo en la espalda, que la madre se acomodaba para andarlo cargando mientras le entraba al surco. Es su mundo de niños, antes de conocer las vocales o de contar del 1 al 10, ya se movían con gran destreza entre los cafetales y entendían perfectamente cuánto era un tenate, un saco o un costal de grano de oro. También desde chicos aprendieron que ir “al corte” les deja ganancias. Es la oportunidad de obtener dinero para comprar ropa, zapatos, lápices y uniformes. Todos vienen con sus familias cada que no hay clases. Los chiquillos inquietos por naturaleza, cortan a ratos, corren y retozan por las cañadas, cortan naranjas chinas y rodean al viejo cortador que los tolera con paciencia. Los niños saben de su sabiduría y a manera de hacerle maldades lo asaltan con preguntas o le piden que les cuente historias de ‘cuando era pequeño’ o que les platique cómo le fue de ofrendas, tamales y difuntos. El viejo y arcaico mentor de muchas generaciones de pueriles camadas, curtido en las aulas de los jornales y catedrático en los salones del verde campo, consiente de la avidez de enseñanza y la gran capacidad de recepción de los chamacos, con lúdica sabiduría les dice, al verse rodeado de una infantil turba de insoportables: “Les voy a contar un viejo cuento, muy antiguo y muy conocido, que quiero que escuchen con atención, pues yo lo memoricé desde hace mucho tiempo y lo recuerdo como si apenas lo hubiera aprendido, por lo rico y profundo de su enseñanza. Pongan atención y aprendan: Entre montes, por áspero camino / Tropezando con una y otra peña, / Iba un viejo cargado con su leña, / maldiciendo su mísero destino. / Al fin cayó, y viéndose de suerte / Que apenas levantarse ya podía, / Llamaba con colérica porfía / Una, dos y tres veces a la Muerte. / Armada de guadaña, en esqueleto, / La Parca se le ofrece en aquel punto; / Pero el Viejo, temiendo ser difunto, / Lleno más de terror que de respeto, / Trémulo le decía y balbuciente: / “Yo... señora... os llamé desesperado; / Pero...”, “Acaba; ¿qué quieres, desdichado?” / “Que me cargues la leña, solamente”… El viejo terminó de recitar su verso con una sonora carcajada, sin percatarse de que los mocosos estaban impávidos, serios y confundidos, señal inequívoca de que no entendieron nada. Molesto por los estupefactos chiquillos, les explica: “La moraleja que este relato nos deja, es que hay que tener paciencia aunque te sientas infeliz, ya que aun en la situación más difícil o lamentable, lo más bonito es tener vida”. Fue entonces cuando la bola de rapaces sonrieron al entender la profunda enseñanza. El viejo pedagogo de los cafetales, doctorado por la experiencia de los años, movió la cabeza, se dio la vuelta y los dejó absortos. Solo alcanzaron a escuchar cuando se alejaba. “Estos chamacos de hoy ya no son como los de antes. Ahora están más apendejados con el celular y el internet que creen que el conocimiento está ahí, pasando por alto las enseñanzas de la naturaleza, del tiempo y de saber escuchar…”
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